La ley “a secas” de Don Benito

Paco Villarreal

Dicen que don Benito Juárez dijo algo así como “Para los amigos, justicia y gracia; a los enemigos, la ley a secas”. En un país como el nuestro, en donde la historia que se consigna ha sido tan manoseada, no podría asegurar que don Benito lo dijo. Hace tiempo leí una anécdota que podría confirmar esa frase. Dizque durante la rebelión de La Noria (Díaz vs Juárez), el general porfirista Miguel Negrete se refugió en casa de su amigo, el juarista Sóstenes Rocha. El general Rocha confesó a Juárez el hecho, y el Presidente le contestó que cumpliera con su deber, pero con su deber de amigo no el de militar. Subyace en esta anécdota la susodicha frase. Claro, en el caso que la anécdota fuera cierta, lo que no me consta (menos aún sino recuerdo la fuente).

Eso sí, también subyacen en ambas, anécdota y frase, algunas nociones interesantes. La primera, el deber sagrado de la hospitalidad, ese que nos hace aguantar a los amigos gorrones y a los políticos que invitamos a nuestros palacios, de gobiernos y de municipios. La segunda me da un ligero olor a los códigos masónicos, que si hoy nos son tan rigurosos, en otros tiempos al menos trataban de serlo. Aunque sorprende que no se aplicara en el caso de Maximiliano de Habsburgo, salvo que el propio archiduque no se acogiera a ese beneficio. Otra noción más es la de la propia ley, que entonces como ahora no era precisamente justa. Y esto lo debía comprender muy bien un civil como Juárez, no así un militar como Rocha para quien, como militar, la obediencia de las reglas era (y es) fundamental para la fortaleza de un ejército.

En el Otz Chaim, el Árbol de la Vida de los cabalistas, la piedra angular del equilibrio en la Creación, la sephirá Tiphereth, es consecuencia y a la vez rectora de otros dos sephiroth… digámosle fuerzas: Gevurah, la severidad, y Jesed, la misericordia. Para mantener esta estabilidad es necesaria la otra sephirá oculta, Dáat, el conocimiento.

No pienso meterme en honduras esotéricas, pero el esquema es bastante claro. La ley debe tener implícitos en ella el rigor y la gracia. Si no, no sirve. Aplicar sólo la severidad o sólo la misericordia, no es hacer justicia. Ni qué decir que para crear leyes es necesario que los legisladores consideren ambas cosas. El mítico Juárez de la mentada frase, como todo buen abogado, aprovecha las desgreñadas leyes para aplicarlas a favor del cliente. Pero seamos justos, esa es la chamba de los abogados: el sofisma. No sería tan desafortunada la frase si la justicia y la gracia se aplicaran por igual al amigo que al enemigo

El tejido fino legal está no en los jueces sino en los legisladores. Al hacer una ley deben cuidar que responda a una exigencia social y sea perfectamente compatible con las demás leyes. No un trabajo sencillo para un experimentado jurista. Es una labor imposible para los legisladores mexicanos que en cuestión de leyes son analfabetas funcionales, así se asistan con una legión de asesores. Me divierte bastante escuchar a los legisladores presumiendo el éxito de sus iniciativas que, una vez aterrizadas en leyes, caminan tropezándose con otras leyes y siendo campo para el deporte favorito de los delincuentes: el amparo.
Así llegamos a esta crisis de legalidad y legitimidad que, por ahora, involucra al Instituto Nacional Electoral y a la Ley de la Industria Eléctrica. En el primer caso, el Consejo del INE no hace sino aplicar criterios que ya existían. La intención, muy justa y democrática, es impedir, efectivamente, la sobrerrepresentación tramposa de partidos. Sin embargo, las presuntas y morenas víctimas no inventaron la trampa. Ya antes hubo sobrerrepresentación. Pero parece que entonces la ley no aplicó. ¿Justicia y gracia? Es una verdadera paradoja, porque si en virtud de presuntas pasadas omisiones se cometen nuevas no aplicando la ley, parecería justo, pero sería ilegal. Sólo que al aplicarse ahora sí con rigor la ley, el propio Consejo comprobaría que antes no fue así y que actuó con parcialidad. Lo que lo hace hoy como inadecuado para dirigir este y cualquier proceso democrático.

En el caso de la Ley eléctrica, el problema cae en la cancha del Congreso. La legislación vigente (en tanto aplique o no la reformada) no respondió, evidentemente, a un beneficio ni del estado ni de los ciudadanos, sino de las empresas. Pero es la ley. La defensa radical que hacen de esa ley, no defiende intereses sociales sino económicos y sólo de una élite.

En la otra esquina, el Presidente se enfrenta a un Poder Judicial que si bien es muy cuestionable en su probidad, es un poder autónomo. Los amparos contra la nueva reforma no son ilegales, son recursos sustentados en leyes que, obviamente, estuvieron mal hechas. Esas leyes podrán favorecer los intereses de quién sea, pero quedan al borde de la ilegitimidad cuando no favorecen los intereses del estado, y son llanamente traición a la patria cuando además atentan contra los intereses de la Nación. Una ley así no se conjura sino aboliéndola. Pero son tantos los recovecos y las hilachas en nuestros códigos, que tal parece que mejor sería borrón y cuenta nueva: convocar a un congreso constituyente. Sí, salvo que en estas condiciones políticas, con este historial legisladores corruptos, parciales o ineptos, con un Congreso de la Unión más preocupado por la supervivencia de sus clanes, la única solución sana sería vetar a cualquier tipo de representación partidista en un constituyente.

Es decir, la convocatoria debería ser a verdaderos representantes populares y gremiales (incluyendo a empresarios). Esto, por supuesto, es imposible por ahora, y creo que mis ojitos pizpiretos no lo verán.
¿Es una utopía aspirar a tener leyes que impliquen el rigor y la misericordia, sin dobleces ni interpretaciones? Tal vez, pero no puede haber Justicia si no hay ese equilibrio. No sé si la nueva ley eléctrica intenta hacerlo, pero como quiera es insuficiente. No es una ley, son muchas leyes hechas al parecer y al modo de legisladores incompetentes (recordemos eso a la hora de votar). De modo que, si don Benito fue o no el autor de aquella frase, como sea la justicia y la gracia para los amigos (y clientes), y la ley a secas para los enemigos, es lo que se ha aplicado hasta la fecha. Lo que no sólo deja inoperante al Poder Judicial, además nos descubre como un régimen anarquista, en la peor de sus acepciones. Por donde se le vea, no estamos en el mejor momento para consolidar nuestra democracia. En cambio, sí en el momento más crítico para que cualquier extremo de esta polarización política que padecemos, nos lleve a perderla para siempre. Eso sí, a través del voto.

PD: Si se van a ir de vacaciones, no regresen muy cansados. No querrán perderse la diversión de surfear sobre la “tercera ola” cuando vuelvan

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