Paco Villarreal

¿CAMPAÑAS SILENCIOSAS Y DISTANTES?

Paco Villarreal

Mi abuelo era priista, por lo menos así lo atestiguaba una amarillenta credencial, hoy ya pulverizada, y que votaba a ciegas por el PRI en cualquier elección. Si mi abuelo hubiera sido cardenal, algún político priista de la vieja guardia hubiera llegado a ser Papa. Ejercía así su voto por tres cosas: los colores del logotipo, la distancia clasista del PAN, y la difusa presencia de los demás partidos. Recibía con gusto cualquier afiche práctico que le regalaran los candidatos priistas. “Al cabo como quiera voy a votar por ellos”. Había en casa llaveritos del PRI, destapa-refrescos del PRI, vasos del PRI, tazas del PRI, lápices del PRI, etcétera… Nada de volantes y pegotes, sólo lo que sirviera, “Porque ellos no sirven pa’ nada; pa’ robar, y apenas”, decía. Y así tuve que soportar durante mucho tiempo la mirada de inquisidor de don Alfonso Martínez Domínguez, impreso en triplay, que mi abuelo usó como pegote sobre un tablón carcomido por la termita.

“¡Apá!, pues vote por Cantinflas” (que era muy votado). Nada más sonreía, por no reconocer que para eso tendría que escribir el nombre del cómico, y como no se le daba muy bien eso de escribir… Él no ponía mucha atención a las campañas, ni a las promesas de campaña. Yo tampoco. Aunque no pude evitarlas, porque eran como el mar de José Emilio Pacheco, y me las topaba por todas partes en tiempos electorales, masivas y ruidosas. “Fiestas cívicas”, les llamaban los merolicos que animaban aquellos eventos, ánimos que se sazonaban con sangüichitos y refrescos, y muy alusivos banderines, gorras, pitos y matracas. Era el estilo evolucionado de los bolillos y atoles porfirianos, refinado por el PRI y luego calcado, más o menos con tino, por otros partidos.

En los mismos términos miserables, se han repetido prácticamente todas las campañas. Con un público con poca o ninguna convicción política, obligados, acarreados, o alucinados con el efímero carisma de candidatos cuyo encanto desaparece tras la toma de protesta como funcionario. Así era, y así debería ser en estas campañas electorales de 2021, sin embargo…

El Covid-19 ha cambiado todo por ahora. Estoy realmente ansioso de ver cómo harán para hacer campaña ahora que les han cerrado el circo, les han enjaulado a los leones y les han amordazado a los payasos. Aquí no hay reaperturas. El Secretario de Salud de Nuevo León, Manuel de la O, no promete nada, como no sea culpar a la Federación como lo hace varias veces, cotidianamente, durante sus sermones epidémicos (pero eso no es politizar, conste; si acaso es predisponer). Así que todo depende de cómo evolucione la epidemia, y el daltónico semáforo estatal.

Al paso que vamos, parece que será una larga cuaresma electoral. Lo que necesariamente debe agudizar el ingenio de los partidos y sus gurús de marketing… porque, admitámoslo, esto no es otra cosa que campañas comerciales donde se ofrecen candidatos, todos a un mismo precio: un voto. Una divisa devaluada cada tres años, eso sí.

Les quedan pocos espacios disponibles para hacer sus apoteósicas pasarelas. Más de tres años de licuar cerebros con las campañas a favor y en contra del Gobierno Federal, habían dejado el terreno blando para sembrar intenciones de voto. Pero el Covid-19 nos cayó como anillo al dedo porque las cambió la jugada y la parcela a los candidatos. Pueden calzarse tenis y sombrero ancho, y salir a venderse casa por casa. Un recurso más factible para candidaturas a distritos, pero imposible de hacer para alcaldes(as) y gobernador(a).

La geografía y la demografía juegan en contra.
La necesidad de masificar las campañas obliga a usar medios convencionales y redes sociales. El “Panadero con el pan”, y el señor de los camotes también podrían ayudar para difundir este evangelio pagano (pagano, porque lo pagamos nosotros, y muy caro). Pero tanto en medios como en redes, se van a topar con un pequeño problema. Las campañas deben ser propositivas y los objetivos claros, al menos por pura discreción. Pero la caterva de zombies chairos y fifís, izquierdoctos y fascistontos, lobotomizados durante tres años de infodemia, no esperan eso, se han vuelto adictos a la escoria, se han convertido en digestores de aguas servidas. Darles lo que piden es poner en evidencia que muchas campañas hoy, son sólo continuidad de una sola campaña ya desplegada desde hace mucho, y que no tienen nada qué ver con la política, ni con la sociedad, ni con la democracia… sino todo lo contrario. Sería tanto como descarar uniones de partidos que son (con)fusiones.

La única manera de complacer a los de gayola es atizar la guerra sucia. Y no hay manera de hacerlo sin repetir consignas que se han estado sobando durante tres años entre los “cuatro T” y los “ninguna T”, lo que descubriría la subordinación de los partidos a intereses económicos y oficiales. De otra forma sería arrojar bombas sin concierto y en todas direcciones, incluso dentro la trinchera propia. ¡Qué difícil! Hasta la alianza de partidos opositores se desvirtúa cuando en la otra esquina del ring se despliega una variedad de entidades políticas emanadas incluso desde la propia oposición. Una capirotada, pero sin piloncillo.

¿Cómo van a hacer campaña? ¿En silencio y a distancia? ¡Ni idea! Estoy sobre ascuas por la inquietud. Sólo rezo que no lo hagan por teléfono, un recurso demasiado invasivo de la privacidad e irritante. Lástima que ya no hay triplay impreso, como el de don Alfonso, porque me urge poner repisas a los comederos de las palomas. Ahora, sin los eventos masivos, con cuadros fieles pero inoperantes al no poder hacer bulto ni pastorear acarreados, sin “vivas” ni “hurras”, sin selfies abrazando al niño astroso o a la humilde viejecita, ¡sin sangüichitos y refrescos!, todo está acomodado por el virulento destino para hacer campañas serias y establecer un diálogo real con el elector, no una farsa carnavalesca. A ver si ahora sí votamos por un candidato, y no por un rey/reina de la primavera, como hasta la fecha.

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