Paco Villarreal

¡VAYA VALLA!

Paco Villarreal

El movimiento feminista se ha convertido en un dolor de cabeza para la 4T. Además, para todas las oportunistas fuerzas políticas es el objeto de más vivo deseo, y no por el “encanto” femenino sino por la fuerza que, a pesar de haberse manifestado ya con mucha intensidad, apenas son suspiros del poder latente que implica el género femenino. En una vieja película, un personaje definía ese poder: ¡la creación!

Si bien es verdadero el “pacto patriarcal” que nos confabula ya por inercia ante las mujeres, también hay un poder, un “pacto matriarcal” que consolidó durante mucho tiempo a las familias en torno de la matriarca, no del patriarca. Tal vez fue la culpa la que nos congregó así ante la “mater familias”, pero así sea por puro temor atávico, el hombre suele rendirse no ante la mujer en general, sino ante la que ha demostrado ese misterioso y avasallador poder de la creación al que se referían en aquella película: ¡parir!

En algún momento, no tan distante, ese centro de gravedad en la familia empezó a perder su fuerza centrípeta. Y no, orates, no fue culpa de la 4T ni del “cabecita de algodón”, fue un cambio social producto de muchos factores. La autoridad materna fue rebasada, tal vez por las propias mujeres del clan. Un poder tan grande pero que antes no se atrevió nunca a cruzar las fronteras del ámbito familiar, salvo para ir a comer fuera el Día de las Madres. Un poder que cedió ante el “pacto patriarcal” cuando pudo haberlo castrado desde la cuna. Hay que reconocer que las vigilantes de la educación sobre todo moral de los hijos han sido normalmente las madres que, si bien pusieron límites hacia dentro del clan, no cuestionaron demasiado a la fiera masculina más allá de los umbrales domésticos.

No me refiero a culpas sino a responsabilidades. Las circunstancias particulares que causaron esa pasividad son muchas, incluso violentas, hasta religiosas. El hombre no ha colaborado demasiado, sino al contrario, ha complicado más las cosas. Se entiende que ahora se exija una libertad y un ejercicio de derechos de formas tan, ¿violentas?, ¿de veras?, porque hay una jovencita que hace días encontraron estrangulada bajo el Puente Atirantado que, si viviera, podría dar una cátedra de lo que en verdad es la violencia. El caso es que la situación ha llegado a extremos insostenibles. El riesgo es el colapso de la unidad social, que es mucho más grave que las implicaciones políticas que tengan (con todo el derecho del mundo) o se les quiera endilgar a las mujeres en marcha.

La valla en Palacio Nacional, por ejemplo, ha sido motivo de todo género de críticas y algunas tibias justificaciones. Si la viéramos como un recurso político es bastante torpe. Una muralla es un riesgo estratégico, porque es un corral para los que están adentro y da toda la libertad de movimiento a los que están afuera.

La valla no era inevitable, y era previsible por facilona. Aunque, para ser franco, si supiera que cualquier tipo de manifestación fuera a pasar frente a mi casa, también trataría de resguardarla. Sí, pero el Palacio Nacional no es la casa de doña Claudia, ni de don Andrés, aunque ahí viva temporalmente. Los antecedentes de otras marchas, no sólo feministas, advierten contra lo que se ha llamado “vandalismo”. Y sí, ha habido destrucción inútil e injustificada de patrimonio particular. Ha habido pintas y otros daños no mortales en lo que llamamos “patrimonio histórico” (el pasado petrificado). En Monterrey, mientras escribo esto, ya reportan destrozos en negocios durante la marcha adelantada, cosa que no me afecta, pero no me alegra. ¿Provocadoras? ¡Claro! La marcha es una provocación. Y me divierte mucho cómo, ante las aguerridas marchistas, los potentes machos tiemblan como gatos mojados. Confieso que no me agradan las pintas en monumentos, pero refunfuño y aguanto porque comprendo lo que las impulsa a dizque “vandalizar”. Si alguien sabe lo que es ser vandalizado, y en carne propia, son precisamente las mujeres.

No puedo evitar simpatizar con el movimiento feminista. Es una cuestión de Justicia. Pero no puedo evitar la angustia ante sus exigencias, porque no es sólo detener los feminicidios, los abusos, la discriminación… El ejercicio de la ley en esos temas es deficiente y esto debería corregirse. Pero detrás hay algo todavía más grande y más trascendente, que tal vez sea lo que muchos quieren ensordecer con críticas, las más de las veces bastante bobas. El impulso del movimiento feminista es tan importante porque empuja en todas direcciones, la reconfiguración de la sociedad tan solo es una. También implica una amnesia inducida sobre nuestro pasado, donde todo lo que nos construyó como sociedad empieza ya a avergonzarnos. Hasta el más delicado poema amoroso suena como un insulto. Yo sólo pediría a las feministas que tuvieran un poco de paciencia y comprensión, al menos con los que tratamos de ser solidarios por convicción, no por moda. Estamos descarnando nuestra historia personal y muy pocas cosas se salvan.

No es fácil comprender y es más difícil asumir que nuestra identidad está sustentada en la injusticia edulcorada, en el amoroso desprecio, la ternura impostada, en la explotación sacramental. El movimiento feminista no son cohetones en el Zócalo, son misiles al pasado. Ante eso, el patrimonio histórico vandalizado es un chiste. Y bueno, si no hay más remedio que sean las ménades del pasado, ojalá también asuman ser las sanadoras del futuro.

¿Y quieren parar todo esto con una valla? Pues… ¡Vaya valla!

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