Proyectos para un Estado harapiento

Paco Villarreal

Definitivamente, entre más se informa uno de todo más se entera de nada. A estas alturas de la vida me doy cuenta que quienes manejan grandes volúmenes de noticias son los mejor informados pero la capacidad de entender esa información se atrofia por la clasificación y correlación de los datos. Importante sí es, pero para hacerlo hay que desvincularse: Linneo discriminando florecitas de habichuelas, la frialdad de un forense ante la vida degradada sobre una plancha.

Pero hay cosas que conmueven hasta a un témpano. Así me topo de pronto con la presuntuosa declaración de un político en campaña que asegura que su proyecto de gobierno para Nuevo León es el mejor, y quise suponer que lo dijo en base a la respuesta que ha recibido de sus virtuales electores. Recapitulé en mis datos, para entender cómo es posible que ese “proyecto” fuera considerado superior por… cualquiera. Y, pues no encontré más argumento que su propio testimonio que refuerza con su dicho de que mejora cada día en las encuestas (Coincido con Gabriel Zaid en que el candidato líder en una encuesta puede ser el más mediocre, así como el programa líder en rating puede ser el peor).

En el repaso me di cuenta de algo muy interesante, al margen de las encuestas, que siempre serán pura virtualidad, no he visto un proyecto de gobierno para Nuevo León en algún candidato. No quiero decir que no exista, pero no lo han dicho, o no a todos. Lo que he visto a diario son las tradicionales “promesas de campaña”. Todas ellas respondiendo a contingencias, o creadas con el criterio de la oportunidad. El candidato que inició mi reflexión, por ejemplo, apenas se reactivó el acceso a los estadios de futbol, y de inmediato prometió un nuevo estadio para el Club Tigres. Comprendo su cariño por el equipo, mal llamado “universitario” porque es sólo una empresa que parasita a la UANL, pero Nuevo León no necesita la versión moderna de un coliseo romano. Su propuesta enriquecida con la postura de la camiseta del equipo (carísima, por cierto, y que no creo que aporte mucho a la educación universitaria), se colgó de un incidente que, ¡oh decepción!, culminó en una derrota del mentado equipo (¡Lero, lero!).

Lo mismo ha pasado con otros candidatos, que han prometido de todo de acuerdo al suceso del día o al lugar donde se encuentren. El ejercicio de unir todas esas propuestas, que en su mayoría impactan sólo a segmentos de la población, debería mostrar un “proyecto”, ese que este joven candidato presume, esos que todos los candidatos presumen. Tal vez mi cercanía a la información me ciega, pero no he visto proyecto alguno. He visto remiendos y parches, oportunos y zalameros para muchos grupos, pero con poca o ninguna articulación a las necesidades de todos.

No soy un político, mucho menos soy un experto en administración pública (y raros políticos lo son), pero creo que si me enfrentara al reto de asumir el gobierno de Nuevo León, no iniciaría prometiendo el oro y el moro, sino haciendo un balance de los haberes y deberes. Sin este paso previo, ni ante Dios (que todo lo perdona) y mucho menos ante un notario, podría comprometerme para construir un estadio, pagar la nómina de Bomberos, distribuir tarjetas de apoyo como volantes de carnicería, pavimentar kilómetros de carreteras, o salpicar el área metropolitana de obras viales. Estaría mintiendo si lo hiciera. Estaría repartiendo esperanzas con fecha de caducidad, más efímeras que una mojarra asoleada.

Los candidatos no son ingenuos. Si los ciudadanos no sabemos la condición real de las finanzas estatales, ellos tienen manera de conocer más detalles. Algunos hablan allegarse recursos coordinándose con legisladores y munícipes, de sus partidos por supuesto. Lo que implica que al votar tendríamos que casar con la viuda y cargar con los entenados. Otros hablan de cancelar o modificar el mal llamado Pacto Fiscal. En ambos casos se trata de la “letra chiquita” del contrato. Son condiciones que no son factibles de cumplir a cabalidad y que, una vez en el poder, serían pretextos para no cumplir con los compromisos asumidos en campaña. Lo vimos en el presente gobierno, que ha sido pródigo en encontrar pretextos para no cumplir con las promesas de campaña que más “rating” le reportaron al gobernador Rodríguez, entre otras: la línea 3 del Metro, el castigo a corruptos del sexenio anterior y el meter en cintura a los capos del transporte urbano en el área metropolitana.

Pero no veo que los candidatos hayan empezado sus campañas planteando a los electores, con precisión, cómo recibirían el gobierno. Ninguno ha pedido ayuda a los ciudadanos, que es lo primero que yo haría viendo el estado crítico del Estado, y así no tendría que pedir comprensión ni justificar omisiones. Buscaría romper con esa creencia tan común de que el voto nos libera de la responsabilidad en el gobierno y nos limita a esperar (inútilmente casi siempre) que nos gobiernen bien. Pediría compromiso y organización. Aunque, ya se sabe, lo que menos quiere nuestra clase política es tener enfrente a una sociedad organizada y comprometida.

Me quedo entonces calibrando mi voto en base a propuestas aisladas. ¿Un estadio para engordar a una empresa de espectáculos? ¡Ni loco! ¿Un sistema de transporte en manos de la misma mafia de transportistas que data de hace décadas? ¡Claro que no! ¿Un complejo vial en un crucero por donde jamás he circulado? No estaría tan seguro. ¿Pagar la nómina de los Bomberos de Nuevo León? Tal vez, pero completa. ¿Tarjetas de apoyo a mujeres, jóvenes, viejos, etc? Sí, sólo si se instituyen por ley y se justifican como un derecho y no a criterio del gobierno en turno. ¿Ampliar el sistema de carreteras? Sí, pero no concesionadas… Y así por el estilo.

Como lo veo, votaría por remiendos y parches; tendría en consecuencia un mal costurero en el gobierno y un estado harapiento. ¿Qué me piden que haga? Que vote por ellos y me siente a esperar la llegada del país de Jauja.

Yo, en lugar de “coser y cantar”, prefiero apelar a mis presuntos orígenes sefarditas y sentarme a esperar la llegada del Mesías mientras platico con Jesús sobre algunas de sus parábolas que todavía no acabo de entender. Por lo menos esto le reditúa más a mi paz espiritual porque la otra, la social, está cada vez más lejana, y en la medida cómo se despliegan las campañas, es ya prácticamente inalcanzable.

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