52 años: comienza la cuenta regresiva

Eloy Garza González

Hoy cumplo 52 años. Soy un declarado cincuentón. Media vida. Medio fregado. Pero contento. Antes de los 52, uno se toma las cosas como caballitos de tequila: de jirito, de sopetón. Después de los 52, se toman las cosas a traguitos, como whisky. Es que los riñones, la próstata, la hipertensión. ¡Qué se yo! A los 52 ya no está uno para cumplir antojos ni enderezar jorobados. 

Una vez al “Púas” Olivares lo mandaron a la lona. Un derechazo bien puesto. Noqueado. El réferi le preguntaba: “¿tons qué? ¿quiere seguir peleando?” Y el “Púas” le respondió: “claro que quiero, pero dentro de unos 15 años, por favorcito”. Así yo. ¿Quiero seguir peleando? Si, pero dentro de varios años. Si se puede. Para tomar aire. Un respiro. Aliviarme tantito. 

Me dicen mis amigos que soy medio hipocondríaco. Que antes yo no era así. ¿Saben cuál es el epitafio del hipocondríaco? “Se los dije”. O a la mexicana: “¿No que no?”. Solo espero que mis amigos tengan razón. Que nada sea de cuidado. Ni definitivo. Más que la Parca. Y que la vida me dé chance de sentarme en una mecedora. En el patio de mi casa. Para quejarme de lo que debí hacer y no hice. Y mentar madres. Es el mejor mantra. Puro budismo zen. Y aprender un par de poemas a la patria. Para ejercitar la memoria. Y porque merecen que alguien los repita. Mientras haya patria. 

Finalmente, a partir de los 52, se debe leer Los Miserables. Urgentemente. Aunque nos cueste trabajo. Leer de la primera a la última página de la novela de Víctor Hugo. A mi edad lo mejor es filosofar. Pensar cosas profundas. Cavilar con método y sistema. Meditar por ejemplo: a esta mecedora le falta un cojín. Tengo que graduarme los lentes. Cortarme las uñas de los pies. Hay que hacer gym en las mañanas. O tomar café. O té verde. ¡Qué bueno es el té verde! 

Yo no sé platicar historias porque todas las escribo. Tampoco sé contar chistes. No me los aprendo. Ayer me fui al parque a contar las bancas. Eso sí lo hago bien. Son 12. Tres están quebradas. Una tiene el respaldo flojo. Voy a quejarme al ayuntamiento. Mis 52 años me avalan. Al fin la señorita secretaria me hablará de usted. A todos los cincuentones se nos graba el numerito en la frente. Y rezumamos respeto. Medio siglo. Diez lustros. Nos vemos cuando cumpla 100. Si las llego. Y si me dan ganas. Porque esto de escribir, de veras cansa.

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