¡Achis! ¿Pues cuál clase media?

Paco Villarreal

Alguna vez conocí a una familia de otro estado. Llegaron a Monterrey desde un rancho en alguna zona inhóspita y paupérrima, me contaba uno de los hijos menores. En Monterrey consiguieron empleos modestos, pero como eran muchos, eran muchos sueldos modestos muy bien administrados por una madre dominante. No enriquecieron, pero vivían con bastante desahogo. Alguna vez, a la fresca de la tarde, jugaba yo con una casetera. Entre las cintas (que compraba por kilo) encontré un casete de una banda. Lo reproduje y comenté a la matrona en cuestión que era música de su tierra. ¡Nunca lo hubiera hecho! Escuché lo menos 15 minutos de quejas e improperios sobre su tierra natal. Recuerdo que se refirió a los que se quedaron en el rancho, aún sus parientes, como “patas rajadas”, y a los vecinos de una colonia cercana y ¡con parque!, como personas decentes.

No era una mala persona (un poco metiche, eso sí), pero de vivir entre carencias, de pronto tenía agua potable, gas para cocinar, electricidad para iluminarse, y hasta un auto para transportarse. Luego creó algunos mitos familiares sobre un origen español. No eran del todo falsos. Su marca genética de piel blanca y ojos claros ayudaba mucho. Pero no quise matar sus ilusiones y decirle que la mayoría de los mexicanos tenemos origen europeo y muy probablemente español. Porque los genocidas que don Andrés Manuel andaba buscando el España, en realidad se quedaron aquí, ¡son nuestros recontratatarabuelos! Y todavía hay algunos contemporáneos, muy mestizos, resucitando el antiguo oficio familiar de aniquilar a los pueblos originarios.

La buena mujer pensaba que su nuevo estatus social la elevaba por encima de todos aquellos, de su rancho o de donde fuera, que no lo tuvieran. Pensaba que llegar hasta esa cúspide social (aunque haya sido una triste lomita), había sido el producto del esfuerzo de ella y su familia. Soñaba con cambiarse a una colonia “con parque”. Nunca se le ocurrió ni suponer que sobrevivió a la pobreza en la que vivía en el rancho precisamente por el mismo esfuerzo, ni un ergio más ni un ergio menos. Cambiar de domicilio sólo puso a su familia en otro entorno donde, como siervos de un señor feudal intangible, debían trabajar igual. La diferencia era sólo la exigencia de subordinarse a una economía más compleja. No es que se ganaran las comodidades, es que el sistema necesitaba y exigía que las tuvieran y entraran en el juego de generar riqueza… y no precisamente la de la familia. En suma, la señora (en paz descanse, que al rato la alcanzo), nunca entendió que, tanto en el rancho como en la ciudad, sufrió siempre las mismas injusticias.

Muchas familias han tenido esa misma “suerte”, y han progresado en cuanto a comodidades y tranquilidad. Pero no todas han asumido eso como aquella señora, negando su origen, despreciando a quienes no han corrido con su “suerte”. Ella tenía ese perfil básico que es precisamente el que señala don Andrés como “clase media aspiracionista”. Aunque lo dice sólo para picar la cresta de los aludidos, para que aleteen, cacareen y se exhiban solitos. Porque la “clase media” es prácticamente una leyenda urbana. La extrema concentración de la riqueza en México no da mucho margen para crear una clase media numerosa y robusta. Así que adaptamos el término a nuestra conveniencia, asimilándolo a lo urbano. Pero como hasta en lo urbano hay niveles, donde cada grupo económico es clase media respecto al inferior y clase jodida respecto al superior, pues nos quedamos con una clase media sedicente. Al final, uno es clase media dependiendo de tan bien interpreta ese papel, aunque pasemos toda la vida pagando a plazos por el disfraz.

Entonces, ¿Existe o no la “clase media aspiracionista” de don Andrés? ¡Claro que existe! No es clase media ni tiene clase. Son jaurías feroces y voraces. Depredadores de la sociedad, lobos de lobos. No se perfilan por su nivel económico sino por su actitud. Desprecian a sus inferiores e iguales, y veneran a sus superiores en estatus, los imitan, aspiran a ser como ellos y los protegerán contra todo porque son su objetivo, y no quieren llegar a ocupar una casa en ruinas.

No, la “lucha de clases” que se vive en México no es una lucha económica ni política sino moral. Los argumentos cristianos del Presidente valen, pero siempre estarán fuera de lugar porque no existe la política cristiana, ni en El Vaticano. Y los valores cristianos en la política han sido secuestrados por un pragmatismo brutal que ha permeado a la sociedad, una religión sin dios cuyo único mandamiento es no amar al prójimo sino subir el próximo peldaño social, ¡por encima del prójimo!

Hemos vivido décadas exaltando, admirando e imitando a políticos nefandos. Le levantamos estatuas. Le ponemos sus nombres a calles, avenidas, colonias, edificios… ¡aspiracionismo en estado puro! ¿Y todavía nos quejamos de los narcocorridos?

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