Amor a primera vista

Irreverente

Plácido Garza

Búfalo, NY.-Les platico: sucedió como muchas de esas cosas inexplicables que ocurren en nuestras vidas.

O ¿a poco no les ha pasado que quieren algo sin saber siquiera su nombre?Me acaba de suceder en casa de mis amigos Michael Lillis y Marisa Kreitler-Lillis aquí, en el suburbio donde viven a menos de media hora de Búfalo y a casi la misma distancia de las Cataratas del Niágara y de territorio canadiense.Se erige desparpajadamente al centro de algo que sería un sacrilegio llamarle jardín, porque es un bosque hecho y derecho, con venados, ardillas, zorros, aves de todos los tipos, colores y canores, que forman parte de una fauna envidiable que convive con los humanos porque éstos les respetan y les dan su lugar.

Es de madera todo él y lo primero que hice al verlo fue preguntarle a Michael “¿cómo se llama?”

Su respuesta fue una expresión que había escuchado varias veces -o leído- pero que contrario a mi costumbre de buscar averiguarlo todo, dejé pasar sin consultarla con mi “pequeño Larousse Ilustrado”.

Es de esas palabras tan poderosas que aguanta llamarse igual en varios idiomas -por lo pronto en inglés, español, italiano y portugués- aunque estoy seguro de que habrá otras lenguas que al pronunciarlo suenen igual o parecido, pese a escribirse diferente.

Es un octágono con una cúpula en el centro, y el de nuestros amigos tiene dos bancas, aunque podría -si quisiera- tener cuatro o de perdido tres.

Algo sucedió en mi interior que apenas subí sus escalones y me vi en el centro, llamaron a mi mente recuerdos que alguna vez existieron en mi infancia, porque si hubieran ocurrido más adelante en mi vida, podría estarles aquí narrando sus historias.

Pero no, fue como un golpe de realidades pasadas que me hicieron lamentar no haberlas atrapado en alguna fecha, para tratar de encontrarles su significado.

Lo vi por cada uno de sus ocho lados o costados. Me acercaba, me subía a él, me bajaba, lo tocaba y todo me hacía sentir placenteramente.

Su madera, de hace por lo menos 15 años en que fue construido, huele al tacto.

Y no todo lo que se toca huele con un pasaje de viaje al pasado incluido.

Estoy seguro de que los carpinteros que lo hicieron usaron las maderas de los árboles que por millones hay en esta hermosa zona de la frontera de Estados Unidos con Canadá, viendo hacia el frío Atlántico y no al cálido Pacífico.

Al segundo día de ir a él, tan ensimismado estaba que no percibí que Michael venía detrás de mi y ahí, en el centro de aquella hermosa estructura, tuvo lugar una inesperada y entrañable conversación que duró más de una hora y que hoy rememoro con un delicioso sabor que me acompañará -estoy seguro- por mucho tiempo.

A pesar del poco tiempo que tengo de conocerlo, se dio un enlace de comunicación que libró las barreras de su idioma con el mío y que rondó linderos sobre la fe, la esperanza y el efecto que produce creer en la divinidad de la religión que Michael profesa y que yo también, aunque él con devoción y yo con algo de resignación.

Ser católico en esta parte de los Estados Unidos es mucho más común que en el resto del País.

Seguramente porque la ascendencia de muchos de sus habitantes es irlandesa -la de Michael lo es- como en buena parte de la cercana y llamada Nueva Inglaterra.

Así, al amparo de un techo en medio de aquél bosque disfrazado de jardín, sucedió que tejí mi promesa de entregarle a esa divinidad, los avatares que se dan por naturaleza en cada uno de los seres humanos que habitamos este planeta.

Un cálido abrazo de Michael selló de mi parte ese compromiso y en medio de una tranquilidad que suelo sentir a cuentagotas en mi vida, descendimos de aquella estructura.

Su apacible sonrisa me hizo sentir protegido, cuando le dejé al gazebo los temas que en medio de aquellos ocho costados de maderas centenarias, se quedaron muy bien resguardados.

Escribo esto en la madrugada, dos días después de lo ocurrido. 
A través de mi ventana suena hermoso el sonido de la lluvia y su olor me lleva de nuevo hacia el gazebo.

A pesar de la oscuridad, adivino su presencia unos cuantos metros adelante de mí, resistiendo una más de las mucha embestidas de aguaceros, heladas, truenos y nevadas que en su vida ha recibido.

Apenas amanezca voy a ir a encontrarme una vez más con él, y me daré cuenta de que por más que le llueva encima, que le hiele y caigan nieve y rayos muy cerquita, ahí va a seguir, incólume, desafiante ante los elementos y los retos, como todos debemos de hacerlo en nuestras vidas…

CAJÓN DE SASTRE

“Prometo construirte un gazebo en nuestra casa”, me dice la irreverente de mi Gaby... y yo le creo…

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About The Author

Plácido Garza Presidente del portal noticioso www.detona.com Nominado a los Premios 2019 “Maria Moors Cabot” de la Universidad de Columbia de NY; “Sociedad Interamericana de Prensa” y “Nacional de Periodismo”. Forma parte de los Consejos de Administración de varias corporaciones. Exporta información a empresas y gobiernos de varios países. Creador de la primera plataforma de BigData en México. Escribe diariamente su columna IRREVERENTE para prensa y TV de medios nacionales y de otros países. Maestro de distinguidos comunicadores en el ITESM, la U-ERRE y universidades extranjeras. Como montañista, ha conquistado las cumbres más altas de América.

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