¿Cómo combatirá Samuel García la pobreza extrema que nos heredó el ´Bronco´ a Nuevo León?

Eloy Garza González

En Nuevo León se incrementó el índice de pobreza extrema y de rezago social en los últimos seis años. Lo demuestra la Coneval: el nivel de pobreza entre nuevoleoneses pasó de 19.4% de la población en 2018 a 24.3% en 2021, casi cinco puntos porcentuales.

Y sobre la pobreza extrema, las cifras son peores: en nuestro estado estos índices desde hacía años no pasaban de 0.7% (alrededor de 25,200 personas). 

Nos jactábamos de que abajo del Cerro de la Silla no existían miserables como los que retrató el novelista Víctor Hugo en la Francia del Siglo XIX, en su novela del mismo título. 

Ahora, en Nuevo León, estamos a punto de rebasar 2.1% de pobreza extrema. Y con una tendencia al alza. Un crecimiento exponencial en el deterioro de la calidad de vida de los nuevoleonense, nunca antes padecido. 

De 40,400 nuevoleoneses que vivían en pobreza extrema en 2018 pasamos a 123,900 este año 2021; es decir, un aumento de 206.5 por ciento. Hablo de 83,500 nuevoleoneses más.

¿Tiene algo qué ver la corrupción en todo este sainete? Sí. Como también tiene que ver un pésimo diseño de políticas públicas y a que se contrajo el comercio informal en él área metropolitana de Monterrey, que es la fuente principal de ingresos de la gente de escasos recursos. 

A lo anterior, añádanse unas cifras espeluznantes: en el año 2018, 13.4% de la población registraba rezago educativo; cifra que ascendió a 14.4% este año 2021; es decir, de 739,300 personas a 841,600. Y la situación pinta a empeorar si no tomamos medidas urgentes. 

El anterior sexenio estatal fue un redomado fiasco. Podemos atribuirlo a la migración de nacionales provenientes de otros estados y a la migración ilegal de extranjeros. 

También tiene que ver la falta de políticas públicas eficientes en el gobierno federal. Durante la pandemia, 50% de la población miserable del país se concentró en 173 municipios. 

Y contra lo que pudiera pensarse, estos miserable no viven en regiones apartadas de la mancha urbana sino que se hacinan en las zonas más densamente pobladas, en estados como Guerrero, Chiapas y Oaxaca, curiosamente las entidades que más apoyos han recibido del gobierno federal en los últimos cuatro sexenios. ¿Casualidad? No: corrupción. 

Dicho de otro modo, algo estamos haciendo muy mal. Tan mal que 9 de cada 10 municipios indígenas viven en pobreza extrema. Es una catástrofe, una crisis humanitaria. 

En el reporte anual del Coneval que leí ayer, se enumeran las actividades económicas de esta población en situación de pobreza; actividades básicamente dirigidas al sector primario. 

Mi pareja Ericka Carmona y yo viajamos poco antes de desatarse la pandemia de Covid-19 al municipio de Simón Zahuatlán, Oaxaca, el más pobre de nuestro país. 

La experiencia nos despertó una tristeza infinita. Todos los habitantes de esa comunidad no tienen lo mínimo para subsistir. Viven en condiciones infrahumanas. ¿Por qué no hacen nada las autoridades del gobierno de Oaxaca? Gran incógnita. 

Aquí en Nuevo León, el gobernador Samuel García ha anunciado una inversión de $120 millones de pesos para combatir la pobreza extrema con el programa Hambre Cero que llevará a los polígonos de pobreza lo mínimo indispensable para la nutrición de sus habitantes. 

Y una partida similar se destinará a la movilidad de grupos vulnerables y de zonas de difícil acceso como pasa con los vecinos del Cerro de la Campana. 

Seguramente el programa Hambre Cero de Samuel está basado en el programa Fome Cero, que fue uno de los grandes logros en Brasil de Lula da Silva, con el que se erradicó el hambre en aquel país, hasta que la corrupción posterior hizo de las suyas y se perdió lo ganado con el atroz gobierno de Jair Bolsonaro. 

No se trata en Nuevo León de “cortar y pegar” lo hecho en otros países, sino de emular los modelos de éxito en otras latitudes para aplicarlo entre nosotros. 

Fome Cero (junto con otro programa que también deberíamos aplicar en Nuevo León llamado Bolsa Familia) implicó una mezcla de apoyos directos a familias que emprendieran el autoempleo, cisternas donde faltara el agua (como sucederá pronto en Nuevo León), y el apoyo con microcréditos a huertos domésticos de subsistencia. 

Fome Cero salvó a Brasil, al menos por una década, de la pobreza extrema que ascendía a límites intolerables. Hagamos lo propio en Nuevo León.

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