Eloy Garza

La UIF, la FGR y otros colados en las campañas electorales 

Eloy Garza González

Hasta los brocados de seda, de tanto manosearse, se rasgan. Igual los gobernantes. De tanto manosear el poder, la reputación personal se desgasta; los políticos  enseñan sus hilados. Se rasgan. Y cuenta el viejo chiste que a través de una tela desgastada puede leerse un periódico completo. 

Peor le pasa a los candidatos electorales, sobre todo a los punteros (de los que van en la cola, nadie se acuerda). La rasgadura de sus reputaciones es más rápida, más instantánea, quizá gracias a las redes sociales o a que las campañas son ahora más cortas (antes, una campaña podía durar un año entero). 

Cuando eso pasa y el candidato sufre la erosión del manoseo, apela a los actos heroicos, recurre a la nota escandalosa, a las medidas espectaculares a fin de restaurar su imagen. Sobre todo si la doctrina del interfecto es escasa o sus argumentos muy pobres. Entonces acusa a la candidata contraria de haber cursado un taller, o al candidato opositor de haber protagonizado una nota turbia, hace la friolera de veinte años. 

Si la nota fue cierta o no, ya nadie se acuerda, y si hubo delito, ya prescribió hace buen tiempo. Lo importante pues es reciclar el hecho. Y cabe aclarar que los hechos solo son reales en Monterrey si los recicla uno de esos benditos medios de comunicación; uno especialmente. 

Cuando el Presidente José López Portillo sintió que el poder se le adelgazaba, por manosearlo de más en cada discurso a la nación (hablaba el pobre hasta por los codos), decidió amenazar con meter al bote a cuanto corrupto se le atravesara por el camino. En uno de sus Informes de Gobierno dijo que combatiría la corrupción “hasta el escándalo”. Inició así una redada de santo y señor mío para atraerse de nuevo la simpatía de la gente. 

La PGR (o sea, el propio don Pepe), mandó a la cárcel a Israel Noguera Otero, gobernador de Guerrero, Ríos Camarena, por el fraude de Bahía Bandera, Fausto Cantú Peña, por el fraude en el Instituto Mexicano del Café (injustamente, porque don Fausto era un funcionario irreprochablemente honesto) etcétera. Pero luego ya no persiguió a nadie y salieron todos pronto del bote. Don Pepe se hundió desde entonces en el desprestigio y acabó no solo bajo las piernas, sino bajo los pies de doña Sasha Montenegro. Aprendamos del pasado.

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