En el poder todo dura poco

Eloy Garza González

En 1998 publiqué un libro sobre don Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares. Algunos lectores me preguntaron para qué investigué la vida de un funcionario monárquico español del Siglo XVII que nada tiene que ver con nosotros: el conde–duque es una figura remota, de otra época, otras circunstancias, otro continente e incluso otra cosmología.

Mi respuesta es doble: primero porque me dio la gana. Segundo porque quise saber qué sucede cuando una figura monárquica, dictatorial o autoritaria intenta reformar el andamiaje del poder político, pero se queda a la mitad. 

El conde-duque buscó la gloria y acabó en un completo desastre: nadie como él simboliza a los cortesanos favoritos de los reyes, comúnmente nombrados “privados” o “validos” reales; nadie como él, al mismo tiempo, representa a los burócratas reformadores, incapaces de escapar del centro de gravedad que los limita y los somete, con lo que acaban por ser destituidos, humillados y ofendidos; desgracia que los lleva –al menos en el caso de nuestro Conde-duque– a volverse locos de remate.

Cuando don Gaspar de Guzmán asumió el poder con su monarca  Felipe IV pronunció dos frases irreconciliables. Por una parte dijo: “El presente estado en el que se hallan estos reinos es por ventura el peor en que se han visto jamás”. Por otra parte proclamó sin tibiezas: “ahora todo es mío”. No exageraba en ninguno de los dos casos. 

Como pocos de sus contemporáneos, el conde-duque combinó en su persona la visión del rancio autoritarismo con la audacia del innovador. 

En breve tiempo (1622) Olivares lanzó una serie de iniciativas para transformar las instituciones, reestructurar el aparato de gobierno y sanear las finanzas reales. Cuentan que dormía a duras penas cuatro horas y trabajaba las restantes. 

Con la idea de renovar la moral de la Corte y ganarse al pueblo, encarceló al antiguo favorito del rey, duque de Oceda y al virrey de 

Nápoles, duque de Osuna, acusándolos de malversación de fondos. Luego expidió un novedoso decreto, inventado por él, para que los burócratas no metieran mano en las arcas reales,”porque la experiencia enseña que entran con poco y salen con mucho”.

También tuvo por primera vez en la historia la ocurrencia de recortar el personal de una corte, crear comisiones de gobierno y aplicar una severa reforma fiscal cobrando impuestos de 5% a los patrimonios superiores a 2,000 ducados. 

Don Gaspar de Guzmán fracasó en todas sus reformas. Se disgustó con todos los nobles, acostumbrados a robar del presupuesto real, con mercedes y cargos públicos que luego heredaban a sus hijos. 

El conde-duque fue acusado (por la propia élite de la que él renegaba y a la que pertenecía) de privilegiar a sus parientes y amigos cercanos, de querer sustituir la oligarquía vigente por otra nacida de su obra y cuño y, en suma, de no tomar en cuenta a la vieja clase gobernante. 

Para entonces, el reformador era víctima del repudio popular, “sin honra e infamado por todo el mundo” como él mismo se describió. Huyó de Palacio y en lo sucesivo nadie volvió a mencionarlo. Sus enemigos se esmeraron en llevarlo a juicio y lincharlo moralmente. 

En los años posteriores se borró su nombre y se renegó de su obra incluso por los propios burócratas que habían sido hechura de él. Sus reformas habían fracasado de cabo a rabo. ¿Por qué?

Porque, en el fondo, no pensaba depurar el régimen sino dejar intacta su naturaleza absolutista. En el pecado llevó la penitencia: la España de los Austria no volvió a levantar cabeza. Tampoco el conde-duque, quien jamás consintió la mínima autocrítica. 

En su retiro en la ciudad de Toro, a donde pensó que irían a pedirle consejos los cortesanos en el poder (no volvió a visitarlo nadie) imprimió un librito titulado Nicandro, en el que negaba cualquier error personal y achacaba la responsabilidad de sus fracasos a la nobleza que había retomado el poder. 

Pasó sus últimos años en el olvido, repitiéndose día y noche, sin dormir, una misma frase monótona: “estoy desengañado de lo poco que dura todo”. Murió enloquecido en 1643.

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