Hari Seldon a la mexicana

Francisco Villarreal

Si me han leído en otras ocasiones, sabrán que desconfío de las encuestas de opinión. Más aún de las que evalúan a personajes políticos directa o indirectamente. En el supuesto de que las encuestas sean rigurosas (y las hay), sus resultados son como la foto de un instante. Aplicarlas para tomar decisiones es andar sobre terreno movedizo, y obtener resultados es azaroso. La repetición sistemática de esas encuestas puede dar sólo tendencias. Pero nos topamos con un factor más que ensucia el rigor de una encuesta: su divulgación. Que todos conozcan las cifras de una encuesta, predispondrá a los encuestados frente a otras encuestas iguales o similares. Eso lo vimos, y creo que lo seguiremos viendo, durante cada proceso electoral.

Todas las encuestas implican hacer futurismo sobre bases subjetivas. Una opinión no necesariamente está sustentada, siempre tiene una buena dosis de prejuicio. Entonces, una opinión como materia prima de una encuesta, no tiene cabida en la estadística, que es una materia científica, sino más bien es pariente de la literatura fantástica o, mejor, de la ciencia ficción. La reiteración cuidadosa y discreta de las encuestas de opinión sobre políticos nos daría resultados más coherentes, pero siempre serán especulación.

En estos días he estado muy atento a una serie de TV. No me culpen, mi claustro doméstico no me da muchas opciones. La serie se llama “Foundation” y está basada en una serie varias de novelas de Isaac Asimov que inicia con el Ciclo Terrestre en la novela “I Robot”. La serie de TV está basada, por ahora, en una novela del tercer ciclo de la saga, el Ciclo de Trantor. Lo interesante es que aquí aparece un personaje, un científico llamado Hari Seldon, que desarrolla una ciencia, la Psicohistoria. Se trata de combinar varias disciplinas para… ¡adivinar el futuro! Seldon combina Matemáticas, Estadística, Sicología e Historia. Pero su registro y sus conclusiones (en las novelas, conclusiones desastrosas), funcionan bajo dos condiciones: que se aplique una cantidad multibillonaria de individuos y que éstos no sepan que se les analiza.

Sí, es ficción, pero se oye razonable y hasta hay disciplinas muy reales que retoman parcialmente este modelo. En nuestras particulares encuestas es imposible cumplir todas las condiciones de Seldon. No son suficientes los sujetos analizados porque se encuesta sobre muestreos bajo el supuesto que implican a la totalidad. Sólo con esto basta para que las Matemáticas le den un sonoro portazo en la nariz al más prestigiado encuestador. Tampoco cumplen con el criterio de la discreción, porque están hechas para divulgarse. Cien, doscientos, quinientos, mil changos y changas respondiendo lo que se les ocurre en ese momento, que puede cambiar media hora después, y que, además, puede volver a cambiar cuando se divulguen los resultados de la encuesta e inducidos por ella… No sé, me suena tan absurdo como adivinar el género de un bebé manipulando un péndulo sobre el vientre preñado.

No voy a cuestionar (más) la metodología de las encuestas de opinión, que finalmente son materia de la mercadotecnia no de la política. Presumo, por ejemplo, que las del Financial Times son serias. Su evaluación sobre la popularidad de los presidentes es interesante, un poco más creíble si revisamos que no se trata de las mexicanísimas y oportunas encuestas electorales sino de un trabajo sistemático. Supongo que han sido rigurosos; eso parece al ver cómo se han comportado la tendencia, en cada caso, desde junio del 2020 a la fecha (excepto por el italiano Mario Draghi y el español Pedro Sánchez, que se incorporaron después). Por lo menos la impopularidad de Jahir Bolsonaro sí que es incuestionable.

Pero no hay que olvidar que la opinión pública nunca es objetiva, y es caprichosa. Esa magna encuesta de opinión que son las elecciones en México siempre lo demuestra. Que el Financial Times coloque al presidente López en un lugar preeminente, sólo por debajo del hindú don Narendra Modi, debe estar causando gastritis a la ya de por sí colérica oposición. Pero sigue siendo subjetividad, porque no califica a un gobierno sino a una persona. Hay más empatía que objetividad en esto.

No sé si divulgar esta encuesta de opinión haya sido una buena idea. La reacción, la reaccionaria, seguramente incrementará sus campañas para enlodar la imagen pública del Presidente. Esas mismas campañas que hasta ahora han servido para todo lo contrario a su propósito. Esas campañas que ahora, torpemente, incluyen amenazas directas contra los millones de simpatizantes de don Andrés: un argumento más contra el golpismo concertado desde la iniciativa privada; y una pesa más en la balanza que agudiza la polarización social. Es decir, más ruido que chicharrones.

En resumidas cuentas, seguimos caminando sobre terreno movedizo. Si bien la popularidad de don Andrés es verosímil, no es ni absoluta ni definitiva. Lo paradójico es que ha sido la propia oposición la que ha causado esa popularidad. Pero lo grave es que, enfrascados en esa guerra por caerle bien a la gente, olvidan lo sustancial, que es el análisis objetivo tanto del obcecado gobierno federal como de la desangelada, desprestigiada y frecuentemente cínica oposición.

No, las encuestas de opinión no debilitarán al presidente López sino a México. Porque no son encuestas las que los ciudadanos necesitan para formar su criterio, necesitan estadísticas. Estoy seguro que si Hari Seldon estuviera en México como psicohistoriador, sólo obtendría un resultado a partir de las encuestas: que todos necesitamos un sicólogo o, por lo menos, una buena dosis de té de tila.

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