José Vasconcelos y las carnes asadas en Monterrey | Eloy Garza

Eloy Garza González

Yo viví en la Ciudad de México durante 15 años. Para todo efecto práctico fui un chilango. A mi me encanta la Ciudad de los Palacios aunque mis amigos de allá me hacían bullying porque nunca perdí mi acento norteño y era un tanto gritón para los estándares de la Meseta de Anáhuac. Ni modo: soy regiomontano por los cuatro costados. 

Además, se burlaban de mi por otro defecto que más bien es virtud en Monterrey: entre familiares o gente de confianza, me gusta comer parado. Eso es muy común entre norteños en las carnes asadas. Pero entre chilangos es algo raro. Si allá no comen sentados, a falta de silla, prefieren comer acuclillados. 

Mientras hacen la carne asada, comprada en la San Juan (pese a que la carne de Soriana es mejor), los regiomontanos están de pie, con una Tecate en la mano y agarrando pose de ranchero botudo (pierna levemente flexionada hacia adelante, aunque traigan tenis). 

En Monterrey, el valor de una persona se mide según el grado de verdad que pueda soportar, y según su aguante para no picar la carne que está asando. Cierto que uno que otro norteño mañoso sí pica la carne (para según ellos testearla o checar si quedó “bien sazonada”), pero la práctica es mal vista y socialmente condenable. 

En Monterrey, las pocas personas que leen (de que la hay las hay, aunque usted no lo crea) criticamos un dicho de José Vasconcelos y alabamos otro dicho del mismo autor. El dicho que criticamos es el siguiente: “Donde empieza la carne asada, termina la civilización”. Y el dicho que alabamos es el siguiente: “Hay libros que se leen de pie”. Como los regiomontanos tenemos un sentido común a toda prueba, mezclamos los dos dichos de Vasconcelos, para que quedara algo así: “Donde empieza la carne asada, hay platillos que se comen de pie”. 

A Vasconcelos no le gustaban los regiomontanos (incluso con su amigo Alfonso Reyes cultivó una especie de amor apache). Este desprecio olímpico quizá se debía a que cuando Vasconcelos anduvo de candidato presidencial, en Monterrey no lo apoyaron los ricos. No le dieron ni un centavo para su campaña fracasada ni en su posterior autoexilio en San Diego. Vasconcelos hablaba pestes de los norteños. Pero al final de sus días, cuando sus ingresos personales se limitaban al buen sueldo que le deba el empresario y general José García Valseca (magnate de la prensa en México), tuvo que apechugar y venir a supervisar el periódico Tribuna de Monterrey, que la Cadena Garcia Valseca fundó en esta ciudad. Yo sé de buena fuente que cuando el general venía a hablar de negocios con el empresario Eugenio Garza Sada, en la casa de este último en el Obispado, don José Vasconcelos esperaba a su patrón afuera, trepado en el carro.

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