La santísima trinidad y la otra T | Por Paco Villarreal

Paco Villarreal

Finalmente, ya tres grandes partidos cedieron ante exigencia de algunos empresarios embozados detrás de la siniestra “organización civil no-política” llamada “Sí por México”. Algunos militantes panistas hicieron “asquitos” a la alianza, pero apechugaron ante la orden directiva “por el bien de México”. El brillante político que lidera las huestes albiazules marcó la línea que, sin duda, será la mejor para los intereses del Partido Acción Nacional. Y así lo hicieron también el Revolucionario Institucional y el de la Revolución Democrática. Pujaron y patalearon en otras candidaturas, pero al final se deciden por una alianza, parcial eso sí, para tomar por asalto las curules federales e impedir “la concentración del poder” en un solo hombre, el Presidente de la República (¡Don Porfirio resucitado!).

Tal vez la gente no entienda lo que significa “concentración del poder” en el Poder Ejecutivo. Hay qué aclararlo, y es muy sencillo. Simplemente con voltear a cualquiera de los sexenios anteriores se puede reconocer. Cambiaron las medidas de control, pero todos los presidentes mantuvieron esa “concentración”. En principio con el control político y el uso poco ortodoxo de organizaciones civiles, sobre todo sindicales. Luego convidando a los grandes capitales, que no fueron ni son convidados de piedra. La manera más sencilla de notar ese nuevo poder “convidado” es viendo cómo poco a poco las centrales obreras perdieron fuerza. La escasez de huelgas, por ejemplo, no necesariamente significa un sistema laboral impecable, en ocasiones es todo lo contrario. En cualquier caso, los medios de comunicación jugaron un papel significativo, a veces a su pesar.

En esos sexenios, parece que a nadie le importó la “concentración del poder”. De hecho, fue festejada, promovida y reforzada por los propios partidos políticos. ¿Cómo? Pues de la misma manera que ahora la combaten: formando alianzas. Algunas fueron alianzas abiertas, otras parciales, otras obvias, otras más veladas, todas vergonzosas, pero los objetivos siempre fueron claros. La marcha imparable del progreso fue fruto de esas alianzas… el progreso suntuario de ellos y mendrugos para la mayoría de los mexicanos.

Ahora que… ¿Es correcto limitar el poder presidencial saturando el Congreso de opositores? ¡Por supuesto que sí!

Esa es la función del Congreso de la Unión y de los congresos estatales respecto a los gobernadores. Eso DEBE HACER un legislador porque así está concebida la democracia republicana. Habría qué preguntarse también por qué no ha funcionado. Tal vez por la misma razón por la que ahora se forma esta alianza. La representación de los partidos en las legislaturas es partidista, no popular. Eso sería cuestionable, pero no tanto si los legisladores asumieran la curul bajo dos lineamientos estrictos: la ideología de sus partidos y los intereses de sus representados. Hasta la fecha eso no sucede.

No hay más ideología que la línea dictada por líderes y caciques de los partidos. Si acaso se permiten algunas catilinarias individuales, como las ridiculeces de Lilly Téllez. Tampoco se considera el interés de sus representados sino el de sí mismos y los de algunos grupos. Esto último es evidente ahora, viendo la forma cómo los partidos han obedecido a los empresarios que “apoyan” a “Sí por México”.

La fusión de esfuerzos para ejecutar un golpe de estado legislativo también desdibuja (desnuda) a los propios partidos. Cada uno bajo banderas coloridas que, en los hechos, con o sin alianza, son completamente incoloras. Ya no parecen partidos sino cofradías, logias políticas, clubes exclusivos, sin más activismo político que el que despliegan en campañas, y no para difundir ideologías sino para pedir o comprar votos.

La alianza de los tres partidos bajo la mal disfrazada rectoría de líderes empresariales, aún cuando logre su propósito, representa ya una derrota. Cada partido debería tener sus propias razones, de origen democrático, para luchar contra la concentración del poder en la Presidencia, sin embargo, ningún partido tiene ni la dignidad, ni la fuerza, ni la coherencia, ni la credibilidad, ni el peso ideológico para hacerlo individualmente. Su alianza parece responder no al riesgo para la democracia sino a las órdenes de la oligarquía empresarial, otro tipo de concentración del poder. Un poder que una vez desatado es más peligroso, porque sus objetivos son económicos no sociales… y eso ya lo hemos padecido. Esas potencias económicas impulsan organizaciones civiles, pero no es suficiente. Los partidos pueden sumar contingentes, pero deben aliarse porque, por separado, conseguirían muy poco. Finalmente podrían lograr una mayoría en curules, pero cualitativamente muy pequeña. Así es, me temo, la democracia.

Aun así, la estrategia de esta alianza es inteligente, es decir, astuta. Al menos en el “reparto” de distritos. Tal vez acaben logrando su propósito y en el 2021 tengamos una mayoría legislativa compuesta por el PAN, el PRI y el PRD, y sobrarían partidos “rémora” que se les sumarían. Ojalá que para esta posible “Otra T” se decidan de una vez y dejen de confundir a la gente con sus colores partidistas. Una nueva bandera para todos, de un solo color (el rojo sangriento, o azul mortaja, o amarillo famélico, propongo). Porque queda en evidencia lo que todos sabíamos: que como en el Misterio de la Santísima Trinidad, son tres partidos pero es uno solo. Aunque, a diferencia de la noción teológica, este no es ni fue un misterio.

“Pero hay más partidos, como MC, PES, Morena, PVEM, PT, etcétera”, diría un incrédulo. “¿De veras?”, diría yo. Tal vez lo que necesitamos es tirar a la basura el pantone político y quedarnos con un radical pero más claro bipartidismo en blanco y negro… ¡Y que sea lo que Dios quiera!

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