La vacuna, mis alergias y la zanahoria

Paco Villarreal

El “rebote” de la vacuna anticovid no me tuvo piedad. Fue casi como un ensayo general de la enfermedad, con énfasis en dolores insólitos y cansancio. No duró mucho la fase crítica, pero lo suficiente para tenerle más respeto al virus, y menos consideraciones a la gran cantidad de bobos que se sienten inmunes o inmortales. Tal vez lo mío fue porque, aunque me lo preguntaron, no advertí a la gente del centro de vacunación sobre mis alergias. A saber, tengo dos, muy graves: una es a las sardinas enlatadas (sueño con una “portola”, de las viejas); la otra es a las campañas políticas (electorales o no). Durante años, con mucho sufrimiento, he logrado evitar las sardinas. Por desgracia, de cuando en cuando, quedo irremediablemente expuesto a las campañas políticas, con el consabido riesgo de un shock anafiláctico.

No me voy a quejar de la vacuna de AstraZeneca. He seguido con atención los casos de trombosis. Entendí y asumí el riesgo. Y aunque no lo hubiese hecho, no tenemos opción. Como diría mi agüela cuando protestaba por un platillo: “Es lo que hay; o te lo comes o no comes”. Pero sí me puedo quejar de las campañas, tan virulentas y fantasiosas. No recuerdo otras donde se haya llegado a niveles de cinismo y mentira tan extremos como en estas. En general se trata de la condensación de varios años de mefíticos efluvios que lo han apestado todo. Años de tensar los ánimos predisponían a esto. Las campañas políticas sólo están clarificando dos cosas: la intención de sacar del poder al presidente López y la desesperación por mantener el control. Lo uno para seguir depredando al país, lo otro para seguir explotando a la gente.

No es que López sea un redentor, ni siquiera un extraordinario presidente. Es que todas las opciones que pueden perfilarse desde la “oposición” son peores en todos los sentidos. Sus propios discursos parten de una mentira categorizada como verdad incontrovertible. Y hay tantos tontos que, por pura inquina personal se la creen. No es verdad que antes de este régimen vivíamos mejor. La historia, bien revisada, nos muestra que, sin pedir opinión, fuimos conducidos a un orden social basado en la injusticia y en la demarcación de clases. Se quejan hoy de una “dictadura” y en realidad estuvimos inmersos en ella durante décadas.

Es verdad que en esos tiempos se plantearon y hasta se legislaron “libertades”. Estuvimos muy entretenidos con una Libertad de Expresión que, al dar a los medios, periodistas, columnistas y analistas, toda la libertad legal para ejercerla, los desprotegieron contra el barbiquejo dorado puesto en el mero hocico de la ética.

Nos engolosinamos con los “consejos ciudadanos” adjuntos a la administración pública, pero descuidamos la calidad pública de los ciudadanos consejeros, unos bastante lejanos al nivel de la calle, otros incapaces de imponer las necesidades colectivas contra las decisiones oficiales. Sí, se dieron muchas “aperturas”. Pero sólo sirvieron para identificar grupos, lo que hace mucho más fácil acotarlos y utilizarlos. El “progreso”, derivado (odio esta palabra usada en el periodismo) del acceso a relativa mejoría en algunas cosas y a nuestro debut en una fiesta globalizante fue verdad, pero sólo en una parte mínima de la población. Por uno que puede pedir su cena por medio de una app, hay muchos que no cenan.

Por uno que prefiere ir a un médico particular que al Seguro Social, hay muchos que deben aguantar el desabasto y devastación del IMSS, y hay muchísimos más que ni eso tienen. Durante décadas, y sobre todo desde las últimas, se engordaron las pretensiones clasistas a una minoría, esa que ahora se mueve en pos de la zanahoria que le muestran desde las alturas de la insolente riqueza de políticos y empresarios

Yo viví bien y bastante cómodo durante ese tiempo; ellos también. Pero NOSOTROS no. Y la primera persona del plural no puede ser selectiva ni exclusiva en una democracia. Por eso, cuando escucho las delirantes campañas políticas, se me agudiza mi alergia. Para mí son sólo dos partidos: los 4T y los anti 4T. No hay matices. Las campañas son descalificaciones que la mayoría no podrá sostener y algunos muy precariamente. Las propuestas, de unos y otros, son calca de las viejas campañas de un futuro maravilloso que nunca llegó antes ni llegará esta vez. Son la repetición del esquema: alimentar las aspiraciones de una minoría y olvidar las necesidades de una mayoría.

Es seguir mostrándoles la zanahoria desde esas alturas a donde, y lo saben bien, jamás les van a permitir llegar. Por todo esto, seguramente mi vacuna contra el Covid-19 armó la de san quintín en mi alérgico organismo que seguirá, todavía unos meses más, al borde de un shock anafiláctico.

Es curioso. En este momento no he sabido de algún candidato que pida a los electores hacer un sacrificio para poder reorganizar a la sociedad frente a los efectos de la pandemia y superarlos después. Hasta un tonto comprende que deberemos hacer muchos sacrificios más. Claro, ante esa propuesta, la minoría pretenciosa reaccionará rechazándola… Han sufrido tanto los pobres. Ya ni al antro pueden ir a gusto a olisquear la zanahoria. Me pregunto cómo respondería la inmensa mayoría que ha podido sobrevivir precisamente a base de sacrificios.

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