Las píldoras de amnesia

Paco Villarreal

Hace poco tuve que talar un árbol, uno de los cientos de víctimas de la helada. Conozco la técnica, pero mis herramientas orgánicas están muy deterioradas. Podar es una cosa, pero talar, desmenuzar, desarraigar, va más allá de mis disminuidas capacidades físicas. Contraté como apoyo a un tipo, muy eficiente. Entre golpes de hacha, talache y resoplidos, hubo una charla muy amena. Lo suyo era reiterar lo que yo decía, o anticiparse a lo que él suponía que yo iba a decir. Un juego divertido (para mí) porque cortaba abruptamente los temas o cambiaba de opinión. Para seguirme, el pobre creo que batallaba más con la plática que con el hacha.

Si este chavo hubiese tenido acceso a educación, habría llegado a ser un excelente vendedor. Pero su objetivo era sólo convencerme de que contratarlo fue una buena decisión. Con más luces hubiera premeditado mejores objetivos. Si además hubiera contado con asesores, hubiera sido un excelente político. La habilidad verbal ya la tiene. La única diferencia es que este chavo demostró mejor con hechos que no me equivoqué al contratarlo; en cambio los políticos, sobre todo en campaña, sólo nos acaban demostrando que cometimos un error al votarlos.

Durante el tiempo que llevan las campañas en Nuevo León, he visto cómo las propuestas más importantes han respondido con frecuencia a la eventualidad de un tema registrado en titulares o a carencias bastante obvias. Los incendios forestales fueron un candente botón de muestra. Y en cada tema la técnica es previsible: reiterar nuestras carencias y anticiparse a nuestras opiniones. Todos enfilan por esa ruta más o menos en orden, por ahora con pocos codazos al resto de estos atletas de la demagogia.

Tomando todas las propuestas de los candidatos de una línea política podríamos hacer el perfil de la Ciudad de Dios, una utopía perfecta. Alrededor de los candidatos a la gubernatura, se organizan coincidencias y complementos de otros candidatos afines que ya juntos describen una comunidad feliz, viviendo en un entorno maravilloso de bonanza económica y paz social. Nadie nos ofrece, como lo hizo Churchill, “sangre, sudor y lágrimas”. Sí seis o tres años de vida regalada donde los ciudadanos tendremos una estación de bomberos en cada esquina, ningún bache, veneros de agua gratis en los patios, plazas públicas que envidiaría Disney ¡y con WiFi!, transporte barato y rápido, trabajo para todos, vialidades modernísimas, y obras, obras, obras, muchas obras. Hasta los perritos de la calle serán felices.

No es que sea pesimista, pero ni siquiera los candidatos de la alianza consonante al gobierno federal nos garantizan que habrá recursos para todo eso. Prácticamente todo lo que nos están prometiendo cuesta, y cuesta mucho. El estado de las finanzas estatales no es malo, es peor. Es imposible que el gobierno que sea, de cualquier color, logre hacer algo sin recurrir a la deuda. Tal vez el único candidato que comprende eso sea Samuel García, pero sale junto con pegado, porque desde ahora condiciona casi todo su proyecto a la ruptura del mal llamado Pacto Fiscal. Si fuera elegido es muy poco probable que logre romper ese “pacto”. Sin esos recursos, con los que sueña, tendríamos otro sexenio de lamentos oficiales, como este donde se pretextó sistemáticamente la incompetencia con la falta de recursos. No habría otra solución que engordar la deuda, como ahora.

El mundo feliz que nos pinta cada candidato es muy distante de la realidad. Está formado de los anhelos del ciudadano elector, es complaciente, se anticipa a nuestros deseos no a nuestras necesidades; ni siquiera es el rostro real de los candidatos sino un espejo en donde vemos nuestra cara con la sonrisa que querríamos tener. Nos venden una utopía que no podrá lograrse y sí nos costará muy cara, como hasta ahora nos ha costado cada vez: siempre sangre, sudor y lágrimas.

Hasta ahora ningún candidato me ha convencido con sus propuestas, todas maravillosas, pero todas planteadas como si no estuviéramos en medio de una epidemia; saliendo de un gobierno estatal desastroso; en vísperas de una hondonada económica que amenaza con convertirse en sumidero; en vías de que más de un año de restricciones y confinamiento hagan surgir más enfermedades y empeorar otras, orgánicas y mentales; y para acabarla de amolar con la Naturaleza en contra, entre incendios, sequías, secuelas de la helada… más lo que se acumule.

Sus objetivos son nuestras esperanzas, pero no hemos aprehendido nada en este año de crisis y nuestras esperanzas parecen querer borrar un año de nuestra vida y retomarla desde donde nos habíamos quedado antes de la epidemia. Todas las grandes epidemias han sido el punto partida para cambios en todos los sentidos y, hasta ahora, ningún candidato parece haberlo tomado en cuenta… ni nosotros. En pocas palabas, en estas campañas no nos están involucrando en un cambio necesario, sino que sólo nos están vendiendo píldoras de amnesia. Y bastante caras.

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