Leipzig y los 800 camiones urbanos de Hernán Villarreal

ELOY GARZA

Hace algunos años viajé a Alemania. Obviamente estaba en el poder Angela Merkel como canciller. Visité ciudades como Berlín y me tomé una selfie en la Bornholmer Strasse, justo en el punto donde se abrió la primera grieta en el muro de hormigón que caería el 9 de noviembre de 1989. 

Pero sobre todo quise conocer Leipzig, metrópoli con más de medio millón de habitantes, en su mayoría felices de la vida tras el derrumbe de la RDA. 

Hasta Leipzig se fue una jovencita de nombre Angela Merkel a estudiar Física en 1973 en la Universidad Karl Marx (Merkel vivía tras el muro de cemento, en la Europa del Este). Usaba pantalones de mezclilla, de la marca comunista Wisent, copia del occidental Levi´s. 

Fui a Leipzig (“das neue Berlín”, “nuestro nuevo Berlín” como dicen los alemanes para disgusto de los berlineses), porque quise revelarme un enigma: ¿por qué Leipzig en un par de décadas pasó de estar colapsada económicamente y en el resquebrajamiento moral a ser una potencia urbana con alto poder adquisitivo y con elevados estándares en su calidad de vida? 

Y sobre todo quise saber cómo cumplió ese prodigio sin perder su esencia arquitectónica muy propia de la época del imperio alemán (Leipzig fue una de las ciudades que sufrió menos los estragos de los bombardeos en la Segunda Guerra Mundial). 

Hasta hace algunas décadas, Leipzig estaba tan contaminada como Monterrey. Una nata gris cubría el paisaje urbano y como pasa en varias calles del centro de la capital de Nuevo León, un hedor, como de alcantarilla abierta, envenena las fosas nasales de los transeúntes. 

La gente de Leipzig como la de Monterrey se moría de cáncer de pulmón y otras enfermedades respiratorias, provocadas por la polución. Proliferaban las plantas industriales con sus fétidas chimeneas y sus minas de lignito, que es el equivalente allá de las pedreras aquí (sus daños ecológicos son los mismos).

Tanto en Leipzig como en Monterrey comenzó la moda de edificar “Blochäuser”, hogares minúsculos para las clases trabajadoras, con la consiguiente depresión emocional colectiva de las clases bajas (si tienes trabajo y techo propio, pero tu poder adquisitivo es muy pobre, no eres clase media, eres clase baja). Esta moda afeó barrios y colonias y empobreció el entorno social. 

Como sucedía en Monterrey, Leipzig era una ciudad con alta actividad comercial. Se vendía y se compraba a granel. Los habitantes de Leipzig eran muy buenos tenderos, como lo fueron mis abuelos. 

Allá el comercio lo deshizo la Guerra Mundial. Aquí el comercio lo deshizo la corrupción gubernamental. Y la voracidad de muchos empresarios coludidos con el poder político. 

Al paso de las décadas, Leipzig alcanzó el cielo, y Monterrey se internó en las catacumbas. ¿Por qué? Por muchos motivos, pero por dos especialmente: el transporte público y el cemento. 

A los regiomontanos nos encanta ser estoicos: aceptamos como castigo divino ir apretujados en un camión urbano, aún en pandemia y preferimos el cemento a la naturaleza. 

¿Hay algún pulmón urbano virgen? ¡Fórralo de cemento! Al cabo es para que circulen sin tumbos los ciclistas (aquí no se nos ocurre promover el ciclismo de montaña porque “podemos afectar las montañas”, así que mejor tasajeamos las montañas, y santo remedio). 

Pónganse atentos a esto que dije del transporte público. Aquí radica la diferencia entre una ciudad viable como Leipzig y una ciudad empinada como Monterrey. 

Por ejemplo, han pasado un par de sexenios y hasta ahora se nos ocurre comprar 800 camiones de gas para que pueda arrendarlos el estado. El ritmo de la historia se estancó más de una década en Nuevo León. 

Leipzig, por el contrario, cuenta con uno de los mejores transportes públicos del mundo entero. Y es una meta que alcanzó prácticamente en 10 años. 

Es natural que de muchas compañías que entran a la licitación (14 en este caso), sólo queden en la recta final cuatro. Así pasa con los concursos públicos: algunos cumplen con los requisitos y otros no. Este viernes 10 de diciembre se decide el resultado de la licitación de camiones de gas y estaremos atentos. Tengamos cuidado, eso sí, de empresas regiomontanas de carácter tecnológico que le entran a todas las licitaciones públicas de cualquier giro, como solapadoras del ganador, para que luego les den premio de consolación ganando otros concursos posteriores para otro tipo de servicios. 

Son las empresas que yo llamo comodines, que en Leipzig están prohibidas por ley y aquí en Monterrey hacen su agosto (aunque estemos en diciembre).

Mañana le seguimos con el tema.  

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