Mauricio Fernández se ríe de la muerte

Eloy Garza González 

Durante su tratamiento contra el cáncer de mama, en 1976, Susan Sontag escribió un diario personal. La genial escritora y ensayista neoyorquina decía que la quimioterapia podía tener consecuencias graves para el pensamiento. Creía que el proceso cognitivo se deterioraba irreversiblemente con la quimio. Por esas fechas escribió: “necesito un gimnasio mental”. 

Para Sontag, ese “gimnasio mental” se llamó literatura. En cambio, para Mauricio Fernández, nuestro amigo millonario de San Pedro, su gimnasio mental se llamó campaña electoral para ser alcalde. 

En realidad, el gimnasio mental no le funcionó a ninguno de los dos: ni a Susan Sontag ni a Mauricio Fernández. La primera no pudo concentrarse en sus lecturas durante muchos meses. Menos logró darse el lujo de escribir. 

El segundo no pudo hacer campaña en las calles de San Pedro, y se recogió en la casa que perteneció a su señora madre (y que él compró en 80 millones de pesos) al amparo de sus fósiles prehistóricos y de su espada de Hernán Cortés con la insignia: Marqués Del Valle de Oaxaca. 

Por loa días de la pandemia, entrevisté a Mauricio en tres ocasiones para “Charla con Eloy Garza”: una vez antes de que le extirparan la próstata, invadida por un tumor, y dos veces después de que le diagnosticaran un mesotelioma:  cáncer de pulmón. 

En estos casos, las imágenes de la tomografía son reveladoras: acumulación de líquido en la región pleural y manchas sospechosas en el pulmón, compatibles con tumores, pero oncólogos y neumólogos tienen la última palabra con sus biopsias, sus muestras de tejido tomadas en esos rincones pulmonares tan intrincados. 

“Yo me río de la muerte” me dijo Mauricio en el jardín de su casa, al lado de la alberca, rodeada por esculturas del artista oaxaqueño Sergio Hernández, como un Bomarzo sampetrino. “Mis amigos le tienen pánico a la muerte, Eloy, pero yo la veo con naturalidad. Si me dijeran que moriré en unos meses, seguiré haciendo lo mismo de siempre, sin el mínimo cambio ni contrariedad”. 

Le digo a Mauricio que yo siempre lo comparé con mi ídolo, el caradura Steve McQueen. El actor que simbolizó al macho alfa y la actitud cool ante el mundo, murió a los 50 años, víctima de un mesotelioma en el tejido que recubre los pulmones, el mismo cáncer de Mauricio. Ansioso por sobrevivir a toda costa y a cualquier precio, McQueen se prestó a tratamientos alternativos con un cirujano charlatán de Ciudad Juárez, Chihuahua. Ahí murió en el quirófano, abandonado y triste. 

Aficionado a tripular motos y carros de carreras, McQueen contrajo su cáncer de pulmón por el asbesto de sus trajes como piloto de Fórmula 1; un material térmico, anti-inflamable, aunque mortal para quien lo usa frecuentemente. 

Pero a Mauricio no le interesa la Fórmula 1, nunca lo he visto enfundado en un traje de piloto de pruebas y sus aficiones son de mayor calado: por ejemplo, coleccionar dinosaurios de 60 millones de años para empotrarlos en el living de su casa. 

Ahora, Mauricio Fernández viró de gimnasio mental. Acabaron las campañas con un resultado desolador pero previsible para él. Fue un candidato enfocado  no tanto en los mítines y recorridos de colonias, sino en las tomografías con lo que los galenos calibran su esperanza de vida. 

Le recuerdo a Mauricio el caso de su amigo Nelson Rockefeller, quien gobernó Nueva York en tres períodos y luego perdió su cuarta relección. “Lo mismo te pasó a ti en tu cuarta campaña a alcalde de San Pedro”. 

Mi comentario pareció no gustarle a Mauricio: “Nelson no fue amigo mío, Eloy; fue en todo caso muy amigo de mi familia. Vino muchas veces a Monterrey. Ahí lo conocí”. 

Nelson Rockefeller murió más o menos a la edad que tiene Mauricio ahora de un infarto al miocardio mientras hacía el amor sobre un escritorio con una secretaria suya que también era su amante. 

Mauricio acaba de marcharse a España, alejado para siempre de sus escarceos políticos y decidido a entretener su espíritu en su portentoso castillo de Almagro que compró a precio de oro mientras recibe las quimioterapias que son como cucharadas de vida, para el macho alfa más cool de todos los coleccionistas del mundo.

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