NOUS NE SOMMES PAS L’ÉTAT

Siempre he creído que lo único que podemos dar por bien sentado son las nalgas. Y no siempre, porque hay sillas muy incómodas. Crecí caminando sobre las movedizas arenas de fórmulas convencionales, desde la vocación profesional, el futuro laboral y familiar, hasta el determinismo zodiacal. Un buen principio para empezar cualquier actividad, pero no siempre el adecuado para nuestros objetivos. Admito que soy convencional, pero como soy muy torpe lo hago muy mal. Si parece que no lo soy, es sólo falta de habilidad. Y si en lo mínimo tengo dudas hasta de las sinaíticas Leyes de Newton, en temas mucho más importantes me quedo con ojos de plato ante la vida humana en tiempos de esta nueva Babel, igualita que aquella torre que quiso elevar la soberbia de Nimrod, sólo que esta torre no se eleva, se excava… la excavamos.

A la fecha, ya van varias semanas en las que se siguen vomitando litros de bites, tinta y saliva sobre la consulta pública para la revocación de mandato. Ese ping-pong mediático entre la 4T y las huestes de Lorenzo Córdova es un fastidio. El más tonto comprende que el enfrentamiento no tiene qué ver con la consulta, que es un enfrentamiento entre el cacicazgo bien consolidado del INE y el que intenta consolidar la 4T. La aparente invectiva oficial tiene sus dobleces y segundas intenciones, y toda defensa de los suntuarios consejeros es ridícula. El INE (antes IFE) pretende monopolizar la democracia. Pero el INE no sólo ha sido incapaz de asegurar la democracia, además asume la peligrosísima función de controlar la identidad de los ciudadanos. Una base de datos que ya no sólo sirve para votar, ahora es indispensable hasta para comprar un paquete de cigarrillos y alquilar un cuarto en un hotel de paso (me han contado). La profetizada marca del Anticristo tendría mucho menos poder que don Lorenzo y su corte.

Pero… se supone que México tiene uno de los mejores sistemas electorales del mundo. Se oye bien, podemos intentar creerlo y seguir con nuestras cosas, pero yo no lo creo. El INE no ha logrado garantizar la democracia en México. Se regodea en sí mismo como fiel de la balanza social, cuando en realidad se comporta como un poder absoluto, independiente e intransigente frente al estado y sobre los ciudadanos. “L’État, c’est moi”, le quedaría mejor a don Lorenzo que a Luis XIV, que ni lo dijo y por sus hechos tampoco se lo creía. El INE cuenta votos, no conciencias. Reparte cargos, se lava las manos en los tribunales, y se repliega a la poltrona de su Versalles, a regir la vida cotidiana de los ciudadanos a través de una credencial con foto, el afiche cosido en la uniformidad de nuestro campo de concentración político. Así, la mayoría, si no es que todas las elecciones, acaban llevando al poder a personajes que van de lo mediocre a lo nefasto. Entonces, contra lo que nos dicen y queremos creer por mera convención y comodidad, el INE no tiene qué ver nada con la democracia. Es más bien una agencia encuestadora exageradamente cara. Y si nos preguntan si vivimos en una democracia, los mexicanos diremos, “¡Sí!”, y hasta nos abanicaremos con la credencial de INE. Una convención cómoda pero no necesariamente cierta ni sustentada.

El pretencioso INE tampoco puede hacer demasiado por perfeccionar la democracia (abaratar sus operaciones, puede; asumirse como servicio público no como señorío feudal, debe). Plasmar la democracia es cosa de leyes y legisladores. La consulta para la revocación de mandato es un buen ejemplo. No estoy seguro hasta qué punto el resultado de la encuesta obliga legalmente al retiro del funcionario rechazado. Quitar del poder a quien no lo merece es un derecho que debe tener el elector, otros países ya tienen ese recurso popular. Pero en México, llevarlo a la figura legal cae en las garras de los tahúres más hábiles de la política mexicana: los legisladores. Su recurso favorito es hacer leyes gruyere, blandas y llenas de hoyos. Antes pensaba que los legisladores eran incompetentes; ahora creo que sólo son tramposos. Así que todo parece indicar que la consulta no es tanto para revocar un mandato sino para ratificarlo. O sea: tiempo y dinero de oquis. La consulta entonces dejaría de ser un arma de los ciudadanos para convertirse en una herramienta de los políticos. Como el liderazgo democrático del INE, el derecho ciudadano para revocar un mandato se oye bien como ley, pero creo que es otra idea convencional en la que no se debería confiar.

En el lejano supuesto de que la consulta sea lo que parece, de “perder” en la encuesta, es de suponerse que se impondría una eventual sucesión continuista, porque una administración pública que se considere deficiente se ajusta, no se cambia a mitad de sexenio o trienio. Una ruptura fuera de tiempo sería contraproducente porque en México no conocemos la continuidad administrativa; estamos determinados por el “borrón y cuenta nueva” cada tres y seis años. Un continuismo “duro”, morenista a chaleco, sería empeorar las cosas, y eso sólo le interesa a la oposición a la 4T, porque daría justificación para revertir todas las reformas positivas (que sí hay), y regresar al amasiato político-empresarial, con las devastadoras consecuencias laborales y sociales que ya conocemos; un ejemplo simple: la creación de grupos narco-empresariales (eso es un cártel) apareció y prosperó durante ese amasiato. La otra opción, el continuismo “moderado”, nacería de consensos, es decir, acuerdos, lo que desvirtuaría a los movimientos políticos, que no populares, enquistados en el Congreso de la Unión, y exhibiría sus intereses externos, económico/empresariales básicamente.

Lo más sano y perfectamente legal es dejar que don Andrés termine su mandato. La consulta, de ser positiva, definiría la postura que realmente importa, la popular, así sea equivocada. Esa estadística (los números) es útil para definir el verdadero alcance de la frenética oposición, no el que presume o supone, y además el impacto real del más de cuatro veces necio “cuatrotetismo” ciego. Útiles sí, pero en general sólo ideas convencionales, que lo único que realmente evidencian es nuestra completa confusión, y que seguimos excavando una Torre de Babel, pero esta vez en arenas movedizas. ¡Qué manera más boba de vivir y llenarnos de frustraciones!

Total que, “Nous ne sommes pas l’État”…, QED

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