Oda a la bici en Monterrey

Eloy Garza González 

El regiomontano cada vez le apuesta más a la bici. Las calles se llenan de estos vehículos de dos ruedas y uno se siente pleno viendo bandas de muchachas pedaleando felices o de camino a su casa, su escuela o su trabajo. 

Siempre habrá el vival más abusado que los demás y rebase a los otros con su bici de motor. Es un truco del intrépido que no le gusta cansar las piernas. Y con toda razón por los calores que derriten ciclistas y las hondonadas de la orografía norteña: sube y baja orgánico; carrera de obstáculos que frenan los semáforos a cada tanto. 

Las estatuas de la Macroplaza envidian a los ciclistas y casi creo que a estos próceres de bronce se les antoja subirse con todo y bandera a una bicicleta, a modo de corcel. Bien pudo decirle aquél general histórico al ejército enemigo: “si hubiera bici, no estaría yo aquí”.

La pandemia no les cambiará a los regiomontanos el hábito de montarse en bici. El virus les cambió el otoño en invierno, pero pedaleando llevan la primavera en el manubrio y bajo los pies. 

Los ciclistas sabios ya tienen sus carriles y sus talleres exclusivos: es la cultura del pedal. Eso sí, nada de pedalear bicis ajenas.

¡Ay, aquel ayer! Pedaleaban los mecánicos y los mariachis de la Avenida Cuauhtémoc y los burócratas con sus tacuches y las damitas de Avenida Juárez  y los tigres y rayados celebrando en la Macroplaza. Hasta los policías más gimnastas andan en bici y los panaderos con el cesto de pan balanceándose en sus nucas. 

Al menos ducho se le caían en las calles de San Nicolás o Santa Catarina las orejas, las chilindrinas, las trenzas y los ojos de pancha. Y al suelo daba el desparramadero de azucarados paraísos de harina.

Ahora estas bicis solidarias cargan con hijos y suegras. Van montados jóvenes con el puño en alto. Pelean cada metro cuadrado a sus hermanos gemelos: las motos de comida rápida, avispas metálicas que arañan con sus patas de mofle el asfalto. 

Y los corredores del maratón urbano, exiliados de Fundidora junto con los pobres ciclistas porque esa es zona de mercaderes del templo. 

Circulan en friega las bicis por el centro de Monterrey, con las alforjas llenas de productos para vender en los puesteros, aunque sean piratas. Y uno entiende que en Monterrey la esperanza viaja en bicicleta. 

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