Pegasus y la cultura del striptease

Eloy Garza González 

Resulta un tanto hipócrita asustarnos por el descubrimiento de que un software (spyware) denominado Pegasus espiaba a periodistas y activistas políticos desde hace casi una década, vulnerando sistemas operativos de nuestro dispositivo. Cuenta Santiago Nieto que descubrió un archivo cuando llegó como titular a la UIF llamado “Los Maléficos”, con sistemas de espionaje de alta tecnología a figuras públicas.Y ya tienen a un presunto culpable: Tomás Zerón, el entonces director de la Agencia de Investigación Criminal de la entonces PGR (ahora FGR). 

Quienes somos periodistas o quien ostenta algún cargo público tenemos la plena seguridad de que somos espiados. Es más: lo damos por hecho. Y actuamos en consecuencia, aunque el procedimiento para instalar el código de Pegasus se ha sofisticado tanto que ya no necesita que el dueño del dispositivo lo capte sin querer con un mensaje trucado o una llamada de gancho. A eso se le conoce como “zero clicks”. 

Los periodistas incluso usamos cierto slang, es decir, un modito de hablar codificado, cuando hablamos por nuestros dispositivos personales para evitar ser intervenidos. Por ejemplo, solemos proferir mafufadas del siguiente tenor: “tú sabes a qué me refiero”, “el amigo aquel”, “ya sabes quién”, “el mero mero”, “me lo ordenó el X-1” y ordinariamente: “¡aguas, estamos ganchados! Mejor te marco por el whats, así platicamos con más libertad como diría Juan Gabriel, en el mismo lugar y con la misma gente”. 

Luego sentimos otro tipo de desilusión hipócrita cuando nos enteramos que también en el WhatsApp pueden seguirnos espiando y nosotros que somos “gente tan importante” migramos en manada a Telegram. 

Al cabo de una breve temporada nos aburrimos y regresamos al Whats (sufrimos una especie de spleen, cómo diría Baudelaire o de ennui, palabra de moda actual entre los aburridos y básicamente abúlicos centennials franceses). 

Sin embargo, la flojera o el mal hábito nos induce a volver a hablar sin tapujos mediante los aparatitos telefónicos. Nuevamente como diría Juan Gabriel: “se te olvidó otra vez”. 

De manera que el problema fundamental (aunque no cabe duda que ser espiado es un delito grave e injustificable) consiste en descubrir no quién pagó el dichoso software de Pegasus sino en descubrir cómo y de dónde carajos pudieron salir 32 millones de dólares del gobierno federal sin dejar rastro ni seña del dinero, como pasa en miles de casos más. 

Y si es así, añado otra pregunta: ¿realmente cuesta 32 millones de dólares un software de esta naturaleza? ¿O es que algún funcionario corrupto además de espía se quedó con un amplio porcentaje que en su momento no declaró ante el SAT y fue pasado recientemente por alto ante las propias narices de la  Unidad de Inteligencia Financiera (UIF)?

Además, habría que aclarar que Pegasus no es una empresa, es el servicio que presta un corporativo israelí llamada NSO Group, especializada en ganchar celulares y enviar reportes en tiempo real al gobierno contratante. Su complejidad ha tomado niveles alarmantes como poder instalar el sistema espía a través de un transceptor inalámbrico cercano a tu dispositivo. Ya Amazon dio de baja la firma de NSO Group de sus sistemas de envío. 

Pero viene lo peor: así seas periodista o político importante, la mayoría somos muy cuidadosos al hablar por celular, pero nos tomamos fotos diariamente en restaurantes, playas, con compadres, familia, o creando reveladores instastories, porque ahora tenemos todos como primera vocación la de ser influencer. Ya después somos doctores, arquitectos, periodistas, abogados o ninis (que es otra forma como se le conoce a los políticos en México: ni estudian ni trabajan y son becados con jugosos ingresos). Vivimos ahora la cultura del espionaje hermanado como el striptease digital. 

Todavía en el sexenio anterior para sentirse cool o de la high, solía presumirse como no queriendo que un tío nuestro estaba en Almoloya o que ya comprobamos que somos una víctima más de la élite espiada por el contratante de los 32 millones de dólares. 

En realidad no hay espionaje más descarado en el mundo (lo cual es un contrasentido) que las redes sociales. Hay más riesgo de ser secuestrado o violentado con la información y ubicación que uno pone en su página de Facebook que por mensajes detectados por Pegasus o cualquier otro software a los que ahora se les jubila con más rapidez que al agente James Bond, el más célebre espía que a estas alturas ya cumple sus 101 años de edad y es supuestamente más eficaz que el mejor Pegasus; al menos eso nos hacen creer las películas tan emocionantes del 007.

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