QUETZALCÓATL Y LOS SEPULCROS BLANQUEADOS

Francisco Villarreal

Una de mis lecturas juveniles más socorridas fue un “Pepín” (revistas de historietas) que se llamaba Joyas de la Mitología. Particularmente recuerdo la feroz batalla entre Marduk y Tiamat, diosa terrible que, como sucede con frecuencia, fue asaetada por abrir la boca de más. Como también fui un lector precoz, cada tema que interesante lo abundaba en una wikipedia muy rústica: los libros viejos de la Avenida Juárez. No hallé entonces demasiado sobre los mitos babilónicos, pero sí un par de libros que hablaban de los mitos mesoamericanos. No precisamente aztecas, porque en todas aquellas culturas la religión partía de una unidad abstracta que se reduplicaba en un laberinto de espejos: el ser humano viendo su reflejo en, ¡cómo no!, un espejo de agua.

Desde esa primigenia dualidad, el dios único adquiría formas y funciones que se significaban según el nombre, nombres muy poéticos, por cierto. Quetzalcóatl, por ejemplo, era la serpiente emplumada, la culebra, el omnisciente, etc. Era también su(s) “hermano(s)” Tezcatlipoca, el Espejo de Humo… Es decir, los primeros europeos vieron una miríada de divinidades en las civilizaciones mesoamericanas, pero no eran dioses, sino la multitud de chambitas que tenía que desempeñar el dios único para mantener las cosas en orden. Al final no había más que un solo dios, que le daba un portazo al Misterio de la Santísima Trinidad sin hacer tanto misterio, ni gastar tinta y saliva en teología, concilios y debates.

Si yo quisiera pedir a aquel dios único que terminara con el Covid y toda su parentela de cepas, rogaría a Chalchiuhtotolin, o séase, Tezcatlipoca Guajolotito de Jade, y no a Tepeyóllotl, Tezcatlipoca Corazón de las Montañas, el mismo Quetzalcóatl/Tezcatipoca, pero al frente de la Secretaría de Lomas, Cerros y Terremotos. Una burocraciadivina muy práctica. Aunque creo que aquellos antiguos mexicanos eran bastante pesimistas, y a pesar de rogar a todas las advocaciones divinas y descorazonar a cientos de prisioneros, al final se quedaban con un recurso muy humano para quitarse de encima cualquier responsabilidad: “Que sea lo que Dios quiera”.

Con estos antecedentes, me pareció bastante simpático que erigieran un árbol de navidad en el Senado, pero con una tripa larga de oropel que, según, representa a Quetzalcóatl. No estoy seguro si asciende o desciende, pero da igual. Sí parece algo pagano desde el punto de vista cristiano (habría que preguntar a los paganos). Yo diría que tan pagano como el mismísimo abeto de las religiones nórdicas, y como el árbol que renace bajo el sol del invierno en las religiones mesopotámicas. Total, que la navidad reluce con bosques precristianos, el paganismo más prístino arropando al pesebre de Belén.

Con poca imaginación y mucho oportunismo, Hernán Cortés y los primeros misioneros, usaron a Quetzalcóatl, Barbas de Serpientes, para justificar, uno la invasión, los otros la desculturización. Funcionó el truco. Tan bueno que intentaron repetirlo, ahora para afirmar identidad, en un adorno que poco dice a los mexicanos actuales, y nada a los seudoladinos norteños. Significa más para Téllez, ese triste remedo de legisladora panista (por ahora) que hace eco al expresidente Calderón metido a predicador. Una, que legisla a base de insultos y comedia barata; el otro que predica con túnica de fariseo.

¿”Sepulcros blanqueados”? Supongo que Calderón no se refiere a los que dejó su trágico sexenio, porque muchos de aquellos difuntos no alcanzaron ni lápida, si acaso una tumba promiscua e ignota. Se refiere, creo yo, a los que predican, como él mismo, sin tener la calidad moral para hacerlo. Si quiere meter en ese saco al presidente López, muy su opinión. Y si la Téllez quiere ponerle lucecitas y esferitas a esa opinión, muy su problema, después de todo es sólo una ridícula comparsa con fuero. El problema lo tenemos nosotros, porque a tanto machacar en los medios con esa especie “prensa rosa-política”, muchos caen en el error de que un expresidente cuestionadísimo y una senadora tránsfuga son líderes de opinión.

Yo soy de los que dudan por sistema de cualquier tipo de mensaje carismático, sobre todo cuando surgen de una convención social o religiosa, como la navidad. Pero en realidad no le veo mala fe a las palabras del presidente López sobre el nacimiento de Jesús. Convencional, sí, pero irrebatible. Aun cuando no se compartan, por mera cortesía se agradece el gesto y los buenos propósitos. Es más, prácticamente todos los funcionarios públicos idearon lo mejor de su jerigonza vacía para hilvanar una frase mínima de parabienes y hacerla pública. ¿Más sepulcros banqueados? Tal vez, pero como sea ¡gracias a todos ellos!“Igualmente”, se suele contestar.

Lo interesante de todo esto es que en estas cosas, el mensaje es independiente del mensajero. “Matar” mediáticamente al mensajero no invalida al mensaje. Y como sucedió con Jesús, su mensaje perdura aunque él, un mensajero asesinado, sobrevive como mártir haciéndose uno con su mensaje. Pero como un perfecto ejemplo de fariseo, Calderón se rasga las vestiduras frente a lo que considera hipocresía. Los saduceos no eran tan hipócritas, porque argumentaban a partir de leyes no de arranques histriónicos.

De la Téllez, supongo que su resquemor, aparte de que es ya su libreto, tiene qué ver con Quetzalcóatl en el árbol. En un comentario público en una nota de Proceso, un lector compara a la Senadora con una serpiente; no aclara si plumífera o escamosa. Sin embargo la Senadora no podría ser la víbora del árbol; ni con papel lustrina y lentejuelas la podrían comparar con Quetzalcóatl. Podría equipararse en todo caso a otra serpiente, más antigua, Tiamat, quecuriosamente fue derrotada por Marduk por abrir la boca en los momentos menos oportunos. Sólo que… Tiamat era una diosa; la Téllez, ni de chiste. Ni sacerdotisa. Una acólita del poder, si acaso. Eso sí, una verdadera joya de la mitología política mexicana.

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