Redes sociales que polarizan y acaban con la conversación democrática

Eloy Garza González 

El formato estridente y truculento de las redes sociales está provocando un fenómeno de bloqueo mental entre los usuarios digitales. 

Esto se expresa en la incapacidad para emitir y percibir cualquier tipo de ironía en el debate político y hasta literario. 

Todo tiene que argumentarse ahora de forma literal y en bruto, dando marcha atrás al reloj del avance de las ideas. 

Por eso hoy el insulto pasa como ingenio, la ofensa gratuita se disfraza de gracejada o simplemente se recurre a la descalificación “ad hominem” para zanjar discusiones incómodas en una sociedad roída por la polarización. 

Si te digo que eres un “vendido”, un “farsante”, no te estoy insultando: te estoy haciendo una crítica que debes aceptar benévolamente. ¿Se da cuenta el lector de tamaña estupidez? 

La clave no la encuentro en ningún rockstar del pensamiento actual como Byung-Chul Han o Slavoj Žižek, sino en el “anticuado” y ya poco leído Albert Camus. En otro artículo les explicaré por qué ruego que renazca el pensamiento de Camus. 

De hecho, Facebook y Twitter, por ejemplo, están diseñado para meter bajo la alfombra cualquier debate y privilegiar los reduccionismos. 

¿Ejemplo? Trate quién me lee de seguir debajo de un post de redes sociales cualquier mínimo hilo de conversación con replica y contra-réplica. Le garantizo que no lo hallará. 

El algoritmo de Facebook, por ejemplo, te desordena tus argumentos y contra-argumentos, tus réplicas y contra-réplicas revolviéndolas intencionalmente y estrechando tu horizonte de posibilidades. 

No hay secuencia en la conversación sino comentarios aislados; islas, no veredas. Descendemos a la puerilidad y al antagonismo troglodita, obligando a los usuarios a replegarse tóxicamente en sí mismos. 

La sutileza dialéctica (que no tendría por qué implicar que no asumiéramos para bien posiciones personales duras y firmes), está en vías de extinción al menos en este entorno digital de pulgares arriba, corazoncitos y caritas rojas. 

Aunque ahora, por cierto, están más de moda los stickers que los emoticones. 

¿Estamos los usuario de redes contribuyendo a este reduccionismo a ultranza para erosionar cualquier debate o insultando con tajantes improperios como único recurso para argumentar? 

Valdría la pena reflexionar qué tanto somos cómplices de esta infantilización de la discusión abierta que echa el cerrojo al avance de la cultura democrática. 

O para decirlo con una metáfora mía: aliados inconscientes de esta “toystorysación” del debate público. 

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