Retrato de López-Gattel al desnudo en Zipolite | Eloy Garza

Por Eloy Garza González

Se nos pide a quienes criticamos a López-Gatell que tengamos un poquito de criterio. Todos tenemos derecho, dicen, a tomar un descanso. Don Anselmo, mi amigo, dueño de un tendajo en San Nicolás de los Garza, también merece tomar un descanso. Pero tiene a la mujer esclerótica, y los centavos se le salen por los agujeros del pantalón, con tanto remiendo. Ni modo, aquí nos tocó vivir en la región más virulenta del aire.

Yo también tengo derecho a tomarme un descanso, y a tomarme un mezcal arroqueño (el espadín es una niñería), pero decidí quedarme en casa y no viajar en todo el infausto 2020. Me inventé un universo alterno, subiendo al Facebook mis fotos viejas de Zipolite. No subí imágenes donde salgo encuerado no por pudor o porque “tenga algo que esconder”, como don Hugo, sino porque don Facebook me las veta (ya llegué a esa edad provecta en la que todo escasea menos la impudicia).

Le digo a don Anselmo que la gente es a su manera heroica. Soportar tanta cuita, tanto destino cruel que termina de una forma u otra, en tumba o ceniza, nos vuelve heroicos a pesar nuestro. Al final de los días, llámese heroísmo o resignación, encaramos estoicos la visita de la Parca. No hay excepción: hasta los cobardes acaban su vida heroicos.

A don Anselmo se lo cargó la policía por abrir su tendajo el domingo pasado. Esa pinche gente avarienta no tiene criterio. Tendrá que pagar don Anselmo una multa con dinero que no tiene y negociar la clausura de su changarro. Ya sabe uno que la Ley es la Ley, pero en tiempos de pandemia, la tripa manda, y manda la mujer que uno tiene enferma y postrada. Pero don Anselmo no tiene defensores de oficio en el gremio periodístico. Todos suspiran extasiados defendiendo al señor López-Gatell y exigiendo un poquito de criterio a Federico Arreola y a José Jaime Ruiz y a los demás que criticamos al señor López-Gatell.

Ya sabemos que don Hugo, como don Anselmo, tiene derecho a descansar. Y a encuerarse si quiere (y tiene los arrestos), en la playa Zipolite. Pero uno le pediría modestamente, humildemente, que cultivara un poco de heroísmo; aquel heroísmo juarista del servidor público que vive situaciones de emergencia nacional, con invasión de franceses o invasión de virus, lo mismo da; hombres y mujeres heroicos, en momentos nada heroicos, que hacen sacar la casta a los imprescindibles. Momentos en los que tras las rejas, don Anselmo grita heroico que seguirá vendiendo frituras en domingo porque el hambre de su mujer lo aprieta, y en los que bajo el bungalow playero, don Hugo pide heroico otra margarita y una piña colada para su respetable pareja.

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