Un delincuente sexual que no deja de ser un genio: Roman Polanski

Eloy Garza González

Feminicidios, desaparición de personas, especialmente de menores de edad y mujeres, dibuja una cultura urbana de desconfianza que nos roba el sosiego y modifica los patrones sociales; deforma el paisaje de las relaciones humanas: somos otros. 

De ahí el rey Lear: “En las ciudades, motines; en los campos, discordia; en los palacios, traición; y los lazos entre padre e hijos, rotos…”.

Una película que podría ilustrar esta paranoia social del México hipermoderno es El bebé de Rosemary (1968) clasificada como filme de terror, pero que igual resiste como thriller psicológico, con sueño freudiano incluido. 

La película de Roman Polanski es un montaje de la desconfianza callejera que nos rebaja el perímetro del trato con los demás; recelo incubado en un ambiente de degradación ciudadana.

Rosemary (una muy joven Mia Farrow) se siente víctima de una conspiración para sacrificar al hijo que está por parir. Al paso de las escenas se despliegan las maquinaciones cómplices de un clan satánico. 

El final es antológico; los traductores mexicanos, usualmente ignorantes no se andan con rodeos. Lo “spoilearon” con el título: La semilla del diablo. 

A mí me gusta más el otro título: El bebé de Rosemary, que es el demonio, en su sentido literal: huele a azufre y tiene cuernos.

El guión, del propio Polanski, se basa en una novela del sobrevalorado escritor Ira Levin que no se prestaba a segundas interpretaciones: la intención del autor era asustar a los lectores con la mala nueva de que el diablo había embarazado a una chica de Manhattan. 

Pero el guión de Polanski rompe el predecible tópico y abre la imaginación del espectador para que saque sus propias conclusiones. 

O sea, una tentación más terrorífica por ambigua, misma sensación que sufrimos día con día los mexicanos. 

¿Cómo le hizo el director para hacer una obra maestra? Con su manera de filmarla. La fotografía es ambivalente, refleja lo mismo una película de terror que un thriller psicológico. 

La escena surrealista de la violación de Mia Farrow por el diablo puede ser vista lo mismo como un simple sueño que como real acto diabólico. Uno es libre de escoger. 

Bueno, al menos hasta el día en que a Polanski se le ocurrió confesar a la prensa que su película era ejemplo de la clásica crisis posparto. Polanski es un misógino y a todas luces un delincuente sexual. 

Pero tratar de razonar lo que le pasa a Rosemary es lo de menos. Lo importante es ilustrar esa desconfianza criminal que ya nos inspira el prójimo. 

¿Qué esconde un simple “buenos días” de nuestra vecina? ¿Qué intenciones malsanas tiene nuestra esposa en contra de uno? ¿Qué daño nos pretenderá infringir nuestro compadre tan querido? ¿Y la amiga tan sonriente querrá perjudicarnos?

“El infierno son los otros”, decía Jean-Paul Sartre. 

Falta ver si ese infierno es real o inventado por nuestra paranoia, que termina aplicando aquella máxima de que la navaja hace al asesino. 

Pues ya se sabe, según Jeremías, que “el corazón es engañoso, más que todas las cosas y perverso” (17:9). 

El bebé de Rosemary nos da dos interpretaciones dependiendo de cual género elijamos. Si abordamos el film desde el género de terror, la culpa es de los otros. Si lo analizamos desde el género del drama psicológico, la culpa es nuestra; es decir, de la neurótica protagonista.

De manera que podemos escoger entre dos refranes: “la confianza mató al gato” (versión de terror), o “el condenado por desconfiado” (versión psicológica). Conciencia del mal, o mal de conciencia, por usar los términos del propio Sartre.

Cuando Polanski hizo su declaración a la prensa de que era una crisis posparto, se decantó por culpabilizar a Rosemary y absolver a sus semejantes; su conciencia durmió tranquila. 

Quiso dar a entender que la gente es buena, generosa y noble por naturaleza, aunque a veces tropiece con su propia sombra. Pero un par de meses después de terminado el rodaje, la esposa de Polanski, Sharon Tate, embarazada de ocho meses, fue asesinada junto con otros amigos en Benedict Canyon, en Los Ángeles. 

Décadas más tarde, John Lennon fue masacrado a tiros en las puertas del edificio Dakota, done se había filmado la película. 

Y el propio Polanski fue acusado de estupro, por seducir en la bañera a una menor de 13 años. ¿Simples crisis posparto?

El bebé de Rosemary sigue siendo una película tan ambigua como cuando se filmó: no pretende esclarecer si las relaciones sociales se deterioran por culpa de la desconfianza o porque realmente el mal se ha apoderado de la sociedad. Que los lectores saquen sus propias conclusiones. 

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