Un vistazo a los influencers de la moda en Monterrey

Eloy Garza González 

Hace días platiqué con mi amiga, la diseñadora de modas, Vero Solís, una de las top influencers de Nuevo León. Yo no tengo gran conocimiento sobre estas ondas de lo fashion. Es sólo que, como nos recomienda la gran escritora Margo Glantz, debe uno enterarse de todo lo habido y por haber en este mundo “ancho y ajeno”. 

Entre otras cosas, Vero me contó al aire una anécdota curiosa. 

Durante un closet sale, cierta dama distinguida de San Pedro tuvo la simpática ocurrencia de  llevarse sin permiso de Vero una bolsa Fendi. Es decir, se la robó. 

Las cámaras de seguridad registraron el hurto. Vero no denunció el ilícito pero sí subió el video a Instagram. La cleptómana se volvió viral en unos cuantos minutos, con el hashtag #LadyFendi

No aludo a la anécdota de Vero para decir que ladrones los hay en todas partes. Apunto a otro blanco. #LadyFendi no se robó dicha bolsa para revenderla sino para ostentarla con sus amistades. Le ganó el instinto de aparentar. 

Pero yo añado otra moraleja. El instinto de aparentar, a partir del lujo, es tan fuerte en ciertos millennials como lo es en las anteriores generaciones. Con una singular diferencia. A muchos millennials (en especial quienes son instagramers o tiktokeros o sueñan con serlo en el mundo de la moda) les gusta aparentar para ganar seguidores, como para ser referentes aspiracionales. Y así ganan dinero. 

A mi me da lo mismo este tipo de cosas. Sin embargo, destaco el hecho de los nuevos modelos de negocio que han surgido a partir de las redes. Me refiero, por ejemplo, a lo que explica Ericka Carmona (que sí ha estudiado el tema) en sus conferencias: la renta de ropa y accesorios de lujo, que va desde Alexander McQueen hasta Zimmermann y que usen estos influencers. 

Generalmente solemos rentarnos un smoking o un vestido sin marca de diseñador para ir a una boda o a un quinceaños. Yo mismo me renté smoking para eventos, hasta que me compré el mío, pensando que así me ahorraría dinero a la larga. No pensé que no volvería a asistir a una ceremonia de etiqueta ni lo pienso hacer el resto de mi vida porque ando en modo budista zen. 

Ahora se rentan vestidos y accesorios de lujo para sacarse simplemente fotos en Instagram. Tales influencers gastan en dicho hábito “rentero”, casi diariamente o rentan estos trajes y vestidos para sus sesiones de fotos un fin de semana completo.  

En todo esto hay una ventaja: malamente las tendencias de moda cambian constantemente, por no decir cada temporada. ¿A dónde creen que van a parar estas prendas pasadas de moda? Acaban convertidas en basura sintética porque ni siquiera los dueños suelen tener la generosidad de donarlos. Este consumismo nos contamina el planeta y nos contamina las mentes. No sé qué sea peor. 

Rentar, en vez de comprar, es el equivalente a que muchas personas reusen la misma prenda muchas veces. Ericka me explica que también estos influencers como cualquier otro joven actual, manejan diversas opciones: la compra de segunda mano, o el swapping (intercambio de prendas). Como suele decirse: “lo que alguien ya no quiere, es tesoro para otro”. 

No voy a oponerme al mundo de la moda: las cosas son como son y no pierdo el tiempo en estos debates que implican nadar a contra corriente. Pero destaco la buena conciencia promovida entre millennials que rentar y reusar prendas es mejor que comprarlas y luego tirarlas. 

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