¿Y qué haríamos sin el color favorito de Neruda?
Respiro en paz porque aguardo sin recato mi último suspiro.
Plácido Garza
Quizá no haya color más irreverente que el rojo, pero el mío, es el amarillo.
Les platico: siempre lo ha sido y lo fue más desde que leí a Pablo Neruda preguntarse ¿y qué haríamos sin el amarillo?
Y luego, cuando visité su tumba en la chilena Isla Negra, si no me había arrodillado ante las tumbas de mis padres y de mi abuela, ahí lo hice.
Cuando DETONA ni siquiera existía aún en la lúdica mente del que esto escribe, me imaginaba al periódico coloreado de amarillo.
No sé por qué dejé que lo tiñeran de su color actual, que es más verde que amarillo, pero ya me anda por convertirlo en el de Neruda, en esas ando para remediar el exabrupto que los de Anagrama y y su cómplice ya ido me endilgaron.
El solo acordarme de esos dos nombres me causa un vértigo de enojo consumado, que se vuelve rabia, a la que yo llamo “emoción sabia”, porque las de otro tipo no lo son y ni a los talones le llegan. Es que hasta para enojarse se necesita estilo.
¿Por qué quise -y quiero- pintar a DETONA de amarillo? Porque quiero rescatar ese color del escarnio y la ignominia que sufre el periodismo cuando se le tilda de amarillista al tornarse de ese color sus páginas, emulando a los llamados pasquines de la época, calificativo que se volvió a poner de moda gracias a los epítetos de López Obrador contra los medios que lo critican.
Además, amo a ese color como a pocas cosas en la vida.
Como lo amó también Van Gogh al plasmarlo así tal cual es, sin dilución ni mezcla alguna para ser el primer pintor en cometer semejante blasfemia a los ojos de los puristas de cuando el impresionismo todavía no se llamaba así, pero lo hizo -el amarillo puro- el primero y más grande precursor de los que luego se llamaron a sí mismos, impresionistas.
Yo los amé -al color y a Van Gogh- cuando los vi por primera vez juntos en el Orangerie, donde en uno de los costados más humildes y menos ostentosos, pero sí portentoso, de ese pequeño museo enclavado en las goteras del parisino Louvre, estaban ahí, majestuosos, “Los Girasoles”, que hoy ni siquiera sé a dónde se los llevaron sus dueños originales, porque en el Louvre ya no están.
Ah, ya me acordé, se exhiben en el Neue Pinakothek, de Munich, Alemania y durante un tiempo estuvieron en el museo de su nombre, el de Vincent, que está en Amsterdam, la ciudad de las vitrinas con las prostitutas que se ofrecían antes del bicho, al mejor postor, que se volvía más apreciado al ser extranjero.
Cuando el último bicho del siglo XX -el del SIDA- se adueñó del mundo, las maniquíes vivientes de esos aparadores dejaron de guardar en los receptáculos que obligaban a sus clientes a ser usados en el acto del amor comprado, la simiente espermática que luego iban y vendían a las casas cosmetólogas de la Calle del Canal.
En un buen día llegaban a sacar para sus economías -que no de sus carestías- tantos florines neerlandeses que por ser muy mal administrados, nunca las sacaban de la miseria propia profesión, mal llamada la más antigua del mundo, porque las que en realidad lo son, son la política y la corrupción.
Todo aquello alrededor del negocio de las vitrinas era de un amarillo en muy distintas tonalidades y matices: la simiente espermática, el condón mismo, el cosmético con él elaborado y el oro del dinero holandés que por él les pagaban.
Entonces, esta es mi historia del amarillo, al que también le rindo culto por ser el color del calor tan amado por la eterna compañera de mi vida.
Por eso, aunque aún no lo es del todo -pero un día soleado o nublado lo será- DETONA es amarillo.
Tan poderoso es que aún cubierto el crepúsculo de nubarrones, los pinta el sol que saluda o se despide, de su color de origen, que no es el rojo como muchos creen, sino el amarillo.
Así la cosa, querido lector, que el amarillo pinte tu vida en todas sus manifestaciones y como estoy seguro que sucederá con la mía, también la muerte, que existe como consecuencia natural de nuestro “respiro”, que se convertirá un día en el placentero y último suspiro…
Caray, ¿qué ha sido todo esto?
CAJÓN DE SASTRE
“Reflexiones no políticas al conjuro del amarillo”, responde la irreverente de mi Gaby y concluye cual mística oración: “Amén, tan tan”…
Fotos por Plácido Garza.