Paco Villarreal

EL ROSARIO DEL REY ADALBERTO

Paco Villarreal

En la Edad Media, el reino de Kent era un “enorme” reino de la Gran Bretaña del tamaño, más o menos, de la mitad del área metropolitana de Monterrey. No tenía río Santa Catarina, pero tenía un canal marino que lo ponía a tiro de piedra del dominio de los reyes francos, a unos 43 Km. En el siglo VII gobernaba el rey Ethelberto, (espero que de cariño le llamaran “Beto” y no “Ethel”). Al otro lado del charco, gobernaba el rey franco Teoderico II (que seguro que prefería que le llamaran “Rico” y no “Teo”). Y como se estilaba en ese tiempo, cada rey intentaba expandir su dominio o por lo menos conservarlo intacto e independiente. Ethelberto, por entonces era más pagano que un “rave” en un antro sampetrino; y Teoderico sería muy piadoso cristiano, pero amenazaba con tragarse el reino de Kent o por lo menos cobrarle impuestos. Ethelberto, muy listo, se convirtió al cristianismo. De esta forma, como rey “por la gracia de Dios” y vasallo espiritual de Roma, se libraba por un tiempo de la amenaza de Teoderico. Luego, por la gracia de las traducciones y castellanización, el rey Ethelberto pasó a ser don Adalberto… Me suena ese nombre.

Aquel Adalberto no cambió demasiado su gobierno, sólo cambió sus altares personales, ya que muchos de sus súbditos ya eran cristianos. Tal vez sí tuvo una epifanía que lo convirtió al Cristianismo, pero su conversión como rey fue eminentemente un acto político, oportuno y afortunado.

En México, los cambios de religión apenas si impactan en la política. Tenemos, eso sí, políticos que intentan imponer criterios religiosos, muy personales, en su función pública.

Hace años, Acción Nacional tenía fama de ser un partido cristiano, básicamente católico, aunque no por estatutos. Era su filiación popular… hoy no tiene ninguna. Así llegamos a las recientes “conversiones” políticas locales, donde destacan Adalberto Madero, tan popular (admitámoslo, que mucho le ha costado), o el no tan popular Felipe de Jesús Cantú (elecciones 2015 dixit), o el aun indeciso Víctor Fuentes que, “Decíamos ayer”, no me parecía panista. Hermanados los tres por su origen partidista.

Debe haber muchos que se escandalizan por estos cambios de altares; yo no, en realidad me divierten. Ya antes había apuntado en este espacio la ausencia de ideología en los partidos y el muy superficial adoctrinamiento a sus militantes. Desde tiempos de la hegemonía del PRI se perdió esa perspectiva y se afianzaron los liderazgos. Algunos han tenido profundas convicciones ideológicas, pero en el presente o son escasos o no existen. Peor aún: no hay liderazgos de partidos sino de grupos. Y eso sucede no sólo en el PAN; todos son susceptibles.

Pero las conversiones políticas hacia cualquier partido no sólo no refuerzan cuadros, además, muestran que la base militante sólo importa para hacer bulto en los mítines y acarrear votos (propios y ajenos). Si ya de por sí la clase política es una elite en México, los partidos reproducen el esquema con sus propias élites y, en lugar de preparar a sus bases para ejercer la función pública, acarrean desde otros partidos a personajes ya “calados” para darles acceso a una candidatura. ¿En qué guerra se ha admitido a un desertor para darle, de inmediato, el comando de un ejército? Y no me salgan con la bazofia de candidaturas ciudadanas que sólo son retruécanos de una imposición (o ausencia de militantes calificados, en el mejor de los casos). Yo preferiría a Paquita la del Barrio que al prófugo de un partido.

En otros nortes (y sures) la razón principal de estas catafixias puede ser distinta, en Nuevo León todo apunta a disidencia contra los grupos que han tomado el control de los partidos, especialmente el PAN y el PRI. Pero esto podría ser un poco más complejo. Quién desertó de su partido para buscar una candidatura por otro, pone en evidencia al partido que deja, y además al que lo recibe. No se está tratando de renovar la maquinaria, se están reacomodando piezas, las mismas piezas. La invectiva de la “oposición” orquestada por empresarios contra la 4T, puede incluir también la posibilidad de infiltrarla. Porque si evidentemente no existe convicción ideológica en los desertores, sí existen, dada su trayectoria, intereses y alianzas con los ahora tan vapuleados “poderes fácticos”. Sobre todo si consideramos que entre esos “poderes fácticos” que convocaron a la “oposición” no existe ideología política sino económica, y para eso se requiere de una practicidad brutal: si perdieran desde afuera, pues podrían ganarán desde adentro.

El propio régimen, morenizado por exmilitantes de todos colores, ha tenido ya bastantes problemas por ese mestizaje. Lo que me lleva a pensar si Morena no es un partido sino un movimiento para rescatar de las ruinas del descrédito a los partidos políticos…. Podría ser. Al final es más fácil crear otro partido con despojos que la reestructuración de cada uno: mejor un vestido nuevo que remendar los harapos de cada uno. Y sí, suena una táctica conciliadora, pero en realidad es multiplicar los riesgos de seguir haciendo los mismo, con la misma gente, pero desde otra plataforma, con otros métodos y con otros colores. El expagano rey Adalberto de Kent rezando el rosario, ni más ni menos.

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