¿A cómo anda el petróleo diáfano?

Alguna vez he comentado que desde niño fui un ávido lector. Era más celoso de mis libros que de mis juguetes. De hecho, tenía más libros que juguetes. El crepúsculo era la hora de la cena. Luego oír radio o leer. Las baterías del radio eran una lata, pero hallamos el truco para “recargarlas”: asoleándolas. Aguantaban un poco más, lo suficiente para escuchar el capítulo del día de “Chucho el Roto”, en la W, y tal vez hasta “El Doctor IQ”. Con la luz tampoco había mayor problema. Cosa de ir a traer un peso de petróleo diáfano y rellenar los quinqués. Así que para leer de noche, primero se apagaban mis ojos que la luz. Muy medieval, es verdad, pero creo que todos tenemos una nostalgia secreta por estar en la naturaleza con un mínimo de tecnología. Alguna vez, hace tiempo y ya en la ciudad, un apagón generalizado me dejó maravillado cuando al apagarse las luces se encendió el cielo.

La ciudad, así se haya convertido en mi hábitat de adulto, está llena de contradicciones; la iluminación, por ejemplo. De niño podía ir al cine terraza, en la plaza principal del pueblo, y regresar caminando los 750 metros hasta el ejido, la mitad del camino sin alumbrado público. Hoy, con faroles encendidos cada 50 metros, procuro no salir a pie de casa después de las 10 de la noche, ni a la esquina… por lo menos mientras no me consiga un bastón-estoque. Sin contar con que un apagón citadino nos deja ciegos, expuestos, y con esa inútil obsesión por revisar los interruptores fusibles de casa aunque veamos que toda la calle es una boca de lobo.

Este tipo de cosas, por supuesto, no se debaten en el Congreso de la Unión. A los ridículos diputados que hicieron picnic en San Lázaro no les importa. Por lo menos han sido bastante honestos al demostrar que su posición contra la nueva reforma eléctrica no está analizada desde las suelas de los zapatos del ciudadano. Antes de dar argumentos verdaderamente sólidos anunciaron su dictamen en contra. Ni en el 2013, ni ahora, pueden garantizar que aferrarse a esa tramposa reforma energética de que quieren conservar, pueda abatir las tarifas domésticas. Lo prometieron antes, y mintieron. Ahora vuelven a mentir, porque su discusión pasa por encima de las necesidades inmediatas de millones de usuarios domésticos. En este debate se habla de empresas, y sobre todo de empresas extranjeras. No defienden a los que sustentan su consumo energético en un derecho social, olvidan eso deliberadamente para buscar el lucro para empresas y, de paso, comprometer la soberanía de México.

No puedo asegurar que la reforma eléctrica que propone el Ejecutivo sea la mejor opción. Pero estoy completamente seguro de que la reforma del 2013 no sólo no nos benefició, además ha estado dañando la economía de los usuarios domésticos e incluso comerciales. Todos sabemos ya que la reforma de Peña Nieto, avalada por casi los mismos partidos que se aferran hoy a ella, fue una mentira monumental, un despojo para los mexicanos y un hoyo en la soberanía de nuestros recursos. Además, hay sospechas muy posibles de que aquella reforma estuvo plagada de corrupción en el mismísimo cuerpo legislativo.

A mí no me interesan los argumentos ecológicos de estos impostores, borregos de un puñado de empresarios voraces. Ningún argumento podrá demostrar que la reforma del 2013 funcionó, por lo tanto es necesario abolirla. Si los diputados y senadores quieren pruebas, cualquier ciudadano puede mostrarles sus recibos de electricidad, gas y gasolina. Y eso es sólo parte de la cloaca, porque los altos costos energéticos también los pagamos de pilón en productos y servicios básicos.

Mientras escribo esto, todavía debaten en la Cámara de Diputados sobre la nueva reforma. No sé qué fin tenga y no tengo paciencia para desvelarme. Pero sea que se apruebe o que logren abortarla, su impacto ya empieza a sentirse en la población. Salvo para sus incondicionales y cómplices, a los ojos de México y el mundo, los opositores a la reforma están traicionando a México, a su investidura y a los ciudadanos que representan. Esa infamia no se va a olvidar rápidamente, porque cada bimestre va a electrocutar la cartera de los electores. Pase o no la nueva reforma, los partidos que la han rechazado quedaron en evidencia. Nadie puede creerles que se invistan de patriotas, porque nunca lo han sido ni en sus historias personales ni como partidos. En el 2024 tendrán que gastar mucho dinero, del erario, claro, para borrar esta imagen que están tatuando en el libro de las traiciones en México. Ya les está costando mucho en algunos estados que tendrán elecciones este año.

En este debate sobre la energía eléctrica en San Lázaro, el pueblo no estuvo convidado ni representado, si acaso por MORENA y sus aliados aunque, habría que ver hasta qué punto han sido honestos y patriotas a la hora de que cosechen las ganancias electorales. Alguien debería decirle a la quimérica coalición de partidos opositores que el interés político no tiene pies sino alas, y vuela hacia los votos o los pesos… pero nunca al mismo tiempo.

Una duda: ¿a cómo andará el litro de petróleo diáfano? Es que todavía tengo mucho qué leer.

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