Don Andrés y el otro virus | Paco Villarreal

Paco Villarreal

La tarde de este domingo me llegó un mensaje avisándome que el presidente López tiene Covid-19. Mis fuentes confidenciales (notificaciones que no sé cómo bloquear en mi celular) no añadían nada más que don Andrés se siente bien, que está en tratamiento, que espera mejorar pronto y que las Mañaneras siguen, ahora con doña Olga María del Carmen a frente. De verdad espero que mejore, porque la muerte de un mandatario siempre es un drama institucional, pero en este caso sería una tragedia social. Como están las cosas de polarizadas y vesánicas, significaría prácticamente una guerra civil.

Lo menciono como probabilidad, no como un deseo. Es que si ya de por sí era yo pesimista, me predispone más un año de confinamiento y desgracias ajenas y propias (no las presumo ni las describo, solamente lo menciono). Con mi sincero deseo de que el Presidente se recupere pronto, sí le diría como me decía mi agüela cuando mi necedad me derrotaba: “¡Ándale! ¡Quién te manda!”. O bien, como decía mi agüelo con sonrisa chingativa: “Cuando no te toca, aunque te pongas; nomás no te pongas en el tocadero”.

Ahora don Andrés deberá enfrentar estoicamente la carrilla de la raza, porque el uso moderado del cubrebocas que recomendaba por López-Gatell fue hace meses, en otro momento y bajo circunstancias epidémicas muy distintas. Hoy, si el SARS CoV-2 y su pandilla de cepas mutantes volaran, taparían el Sol. Salvo los merecidos reproches del respetable, ya la nota del Presidente enfermo es sólo el proceso de la enfermedad, nada más.

Por supuesto, la situación se presta para que muchos quieran acarrear el agua a sus parcelas. Los buenos deseos y “buenos deseos” por la salud de don Andrés son numerosos y generalizados. Eso sí, la sinceridad no tanto. Muchos mensajes llevan rúbricas que encubren mal el odio contra el mandatario. Y nada más porque han pregonado la falta de inteligencia de don Andrés, si no capaz y hasta lo culparían de haber creado el virus. Incluso, así como se culpa a Calderón por los muertos en su guerra contra el crimen organizado, también se culpa al Presidente por las muertes por Covid-19. En el primer caso ya es una consigna, aunque razonable; en el segundo, una consigna a secas.

Por supuesto, en la cúspide de esa ferocidad, quienes fomentaron y fomentan el odio contra el Presidente se apuraron a mostrarse solidarios y compasivos. Yo, la verdad no les creo. Para ser compasivos hay que ser humanos, y la humanidad no se adquiere por nacimiento sino por acciones. En cuanto a sus pupilos, la subespecie (haciéndoles un favor) que abiertamente desea la muerte del Presidente, ya era antes un virus peligroso que ahora se muestra más agresivo que cualquiera de las mutaciones del Covid-19. Con la diferencia de que, en el caso del Coronavirus, no se sabe aún si es un virus diseñado; en el caso de estos bichos mexicanos, este otro virus definitivamente sí lo es. Y no hay que pensar mucho para saber quiénes diseñaron este virus social tan mortífero… algunos hasta aparecerán en las boletas electorales.

Yo no creo que el presidente López sea el mejor presidente de México. Comparativamente sí aventaja muchísimo a sus más recientes antecesores. Su administración no es mala, pero no es impecable. No todas sus decisiones han sido atinadas, pero no han sido desastrosas, ni siquiera en lo referente a la epidemia. No me agradan muchas de sus contradicciones pero celebro que se mantenga razonablemente ecuánime cuando durante todo su mandato ha sido presionado por muchos para dejar de serlo. Hasta lo he llegado a comparar con el gobernador Rodríguez, que prometió meter a la cárcel a los corruptos, y cárcel, lo que se llama cárcel, pues no hay nada definitivo. Puros cabos sueltos.

Pero así fuera el más despreciable de los hombres y el peor de los presidentes, no deseo que empeore, y mucho menos que muera. Por un lado, porque no soy tan ruin como para llegar a esos extremos del odio. Por otro lado, porque su salud es un asunto de estado. Si muriera, se colapsaría el régimen y solamente quedarían dos sopas: el mismo régimen, pero reinterpretado seguramente mal por sus seguidores; o el anterior, que ya sabemos qué tan voraz, injusto y corrupto fue, y que es el que intenta imponer la oposición.

Y esto no es lo peor. El odio es una fuerza devastadora. Personalmente, nos corrompe; colectivamente necesita un objetivo. Si don Andrés no está, el odio no desaparecerá, se volverá contra otros… contra todos. Ya vimos un ensayo general en Estados Unidos, con las huestes enloquecidas de Trump. ¿Necesitamos más para entender la lección? No, esto no es política, es solamente odi

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