El apocalipsis energético
Francisco Villarreal
Alguna vez comentaba que yo leí la Biblia cuando era niño. Definitivamente, el Antiguo Testamento me parecía alucinante. Hay de todo para una película de acción y aventuras. No es avaro en catástrofes y hechos heroicos. Excepto los Salmos, cuya belleza se cuecen aparte; o bien algunos libros atestados de códigos o versos didácticos. Francamente, para un niño, el Nuevo Testamento es más bien aburrido. Confuso en los Evangelios, somnífero en las Epístolas, pero las cosas se ponen interesantes en el Apocalipsis, de Juan de Patmos, inverosímil como apóstol pero consistente como profeta iluminado.
No sé cómo conseguían la iluminación los profetas bíblicos. Quiero suponer que la presencia divina les achicharraba las neuronas a tal grado que desbordaba su imaginación. Eso, o como pitonisas y sibilas del mundo clásico, se ayudaban con alguna sustancia interesante. O como cualquier hijo de vecino, consumían vino sin diluir que, tomado sin medida, acababa con las neuronas, la vertical y la vida. En esos límites movedizos que desdibujaban las fronteras del tiempo y la realidad, las visiones podían ser fácilmente apocalípticas.
La realidad no es hermosa. La vida lo es pero la realidad no, aunque no llega a ser esa visión terrible de las profecías. Nuestras expectativas frustradas sí hacen ver el futuro negro. Después de una extenuante jornada de trámites burocráticos, o durante una resaca mestiza (charanda y cerveza, por ejemplo) cualquiera puede ser Juan de Patmos. El futuro se nos llena de incertidumbre y aparecen bestias cornudas, jinetes horrendos, documentos vencidos, datos cacofónicos, dragones con emesis candentes, copias incompletas, demonios con trinches, recibos con errores, ventanillas equivocadas, horarios caducados. El futuro pasa de ser sólo negro a ser un agujero negro voraz: inexorable, fatal. En esas circunstancias, que resuciten los muertos para ser juzgados es un mal menor.
Pero lo novedoso de la manera moderna de ponernos escatológicos en México es la proliferación de profetas y la coincidencia de sus profecías. La más reciente, la de hoy, es el apocalipsis energético. Hasta Vicente Fox, rebosante de ignorancia como siempre, se atreve a intervenir en el “debate” nacional sobre la, otra vez, nueva Reforma Energética. Los que se oponen a la iniciativa auguran casi el regreso a la edad de las cavernas. Por fortuna, para esa eventualidad, tengo una cueva cerca/debajo de casa que quién sabe quién puso ahí, pero que será muy útil para la contingencia, y para pintar con tizne manitas y bisontes rupestres.
El apocalipsis energético nos promete escasez de energía y alza desmesurada en sus precios. ¡Bendito Dios, nos iluminan con su sabiduría anunciando el mesianismo de los generadores privados! La verdad no entiendo mucho de esas cosas; soy un humilde e ignorante usuario. Sé los principios básicos de la soberanía nacional sobre los recursos nacionales. Sé que tanto la energía eléctrica como el petróleo ya habían sido nacionalizados. Sé que poco a poco, con muchas trampas, corrupción y complicidades, perdimos mucho de esa soberanía y del usufructo de esos bienes nacionales.
Recuerdo, por si alguien no quiere acordarse, que las reformas que se han hecho en el tema energético, todas, han profetizado la abundancia de los energéticos y la baja en las tarifas. El Pacto por México, el “nuevo testamento” del neoliberalismo, es el ejemplo más notable. No sé si la intervención de empresas privadas aumentó la generación de energía eléctrica, pero nunca redujo las tarifas domésticas, sino todo lo contrario. Tal vez las empresas trabajen con más comodidad generando energía, o ganen más dinero, pero el usuario doméstico ha estado cada vez más incómodo y más desplumado. Eso es malo de por sí, pero es una tragedia para un estado como Nuevo León, que padece un trastorno bipolar climático que no se calma ni con píldoras, porque hasta el litio nacional está en riesgo.
En lo personal, no creo que las empresas privadas, nacionales y/o extranjeras, sean la solución al problema energético en México, porque lo hay y es grave. Por más que los profetas apocalípticos juren que esas empresas son la solución, no lo fueron antes y no lo serán en el futuro. Lo son para las empresas, no para la gran masa de consumidores domésticos y comerciales que, con la pena, pero somos la prioridad porque peligra nuestra subsistencia, nuestra ya minúscula economía. Defender el punto de los energéticos nacionales con términos macroeconómicos, es lo mismo que ponerle antifaz a los ladrones, inútilmente, porque todos sabemos quiénes son.
Ahora que, ¿es adecuada la nueva propuesta de reforma? No lo sé. Sé que la vigente no lo fue, no lo es, ni lo será. Si los opositores a la nueva reforma nos dicen que el mesías energético es el del Pacto por México, mienten como antes ya mintieron. Eso sí puedo asegurarlo.
Sobre la discusión de la reforma, mi agüelo decía que para negociar hay que estirar de más al principio. Luego aflojar tantito cada vez hasta llegar al punto ambas partes jalen pero no rompan la cuerda. Si ni así se llega a un acuerdo, entonces hay que estirar de golpe y romper la cuerda. Me imagino que así será el debate legislativo sobre la Reforma Energética. Todo, por supuesto, aderezado con las mismas profecías apocalípticas y los muchos juanes, pero bautistas estos, que anuncian el advenimiento de mesías empresariales más falsos que la defensa de los bienes nacionales que proclama Vicente Fox.
El Apocalipsis de Juan de Patmos, y hasta el apócrifo de Esdras, son mucho más divertidos y edificantes que este deleznable espectáculo. De esto sí que no tengo ninguna duda.
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