El estadio y el faraón

Francisco Villarreal

No voté por el gobierno fosfo. Creo que quienes me conocen lo saben. Su campaña era consistente con lo que la gente necesitaba, exigía. Pero eso no es ninguna novedad. Todas las campañas vampirizan a la esperanza popular. Desconfiaba del descontón al pasado inaugurando un “nuevo” Nuevo León. Robespierre García guillotinando a la tradición. Refundar la identidad regional con un perfil mediático, virtual, ajeno completamente a la realidad del peatón que corre para alcanzar un camión y, ya en él, se da cuenta que sus “nike” pirata y tuneados pisaron una caca humana en la banqueta.

La fantasía electoral erigió al joven García en el nuevo faraón reinero. Pero Nuevo León no es nuevo; nada se renueva ni con implantes y cirugías, todo envejece irremediablemente. Tampoco he visto las condiciones para que se renueve, así sea por medio del gerontocidio, que tampoco es una novedad y se ha aplicado en México durante décadas vía la escasez de medicamentos en el IMSS y los precios prohibitivos de la atención médica privada. La administración estatal repite taras genéticas de más de un gobierno anterior. La joya de la vetusta corona viejoleonesa está en Seguridad Pública estatal, con un secretario que durante años ha sido más mediático que eficiente. ¿Sirve? Sí, sirve. Como han servido todos en ese rubro durante años: manteniendo una “pax augusta” de membrete. Es decir: haciendo funambulismo verbal sobre la seguridad de todos. Y ni hablar de la dócil tesorería bronca.

La administración estatal inició como todos empezamos cada año: con un montón de buenos propósitos. Sus avances en acciones son, hasta el momento, como los acelerones inmóviles de las “picas” de autos en La Purísima de antaño: mucho ruido. Si bien hay rutas planteadas, habrá qué ser muy pacientes para ver resultados. Ahora, con la Mesa de Coordinación instalada, están desplegadas ya las condiciones para que la grandilocuencia se concrete en materia visible, tangible y útil a nivel de calle. La teoría es esa…

Así es en general. Los gobernadores piensan como faraones: ¡grandes obras!, ¡monumentos al ego propio halagando al ego social! Los visires municipales suelen ser más prácticos. Y así un día me llega la novedad de que se anuncia la construcción de un fastuoso estado para “casa” del equipo de futbol “Tigres”. ¡Extraordinario! Precisamente lo que he estado esperando toda mi vida. ¡Lo que todos los nuevoleoneses necesitaban con verdadera urgencia desde hace décadas! La obra más trascendental de los últimos años que sin duda opacará a El Cuchillo, la Gran Plaza, el Puente Atirantado, el Faro de Comercio y las líneas 1 y 2 del Metro (nos quedamos con las ganas de la Cruz de Santiago Calatrava). 

En este momento estoy sentado frente a un viejo escritorio incómodo. Frente a mí hay cajas de medicamentos, papeles con apuntes rápidos, un par de sticks USB, una botella de tequila, un cenicero limpio, una taza con café, mi teléfono móvil, una pluma sin tinta y otra con tinta pero sin tapa, y la abundante incertidumbre por mi futuro en esta vejez que transito marinado en la amenaza del Covid, mis achaques y la pauperización. Recién sufrí tres o cuatro microinfartos al enterarme cuánto cuesta un kilo de barbacoa. Este lunes debo ir a trabajar. Debo encontrar una forma de evitar que mi bastón resbale o que se atore en las escaleras del Metro; recargar mis tarjetas Metro y Feria; encontrar otra ruta matutina con menos desniveles en las banquetas y con más iluminación; clausurar un par de focos en casa; intentar hacer yo mismo algunas reparaciones domésticas… y así. Es decir: ¡lo que de veras necesito es un nuevo estadio de futbol!

Lo admito. No me gusta el futbol. Lo considero un buen deporte, pero cuando no se practica sino sólo se ve, ya no es deporte, es espectáculo. Todo partido es caro, hasta el más mediocre. Para el espectador siempre representa un gasto adicional. En una economía estable, un gasto adicional es un placer merecido; en una economía en crisis, hasta lo básico es suntuario. Cueste lo que cueste el nuevo estadio, en realidad se construye como una aspiradora para el bolsillo familiar. Ver un partido en casa implica por lo menos comprar botana, refrescos y “refrescos”; ir al estadio ya es estatus. El propósito real de estos centros “deportivos” no es divertir sino expoliar. Sí, es una industria millonaria, genera muchos empleos. Un cártel de delincuentes, también. Todo ese mundo de dinero sale exactamente del mismo lugar: el bolsillo de las familias. El sendero de su redistribución sí que es bastante disparejo. El intercambio del dinero laboral por satisfactores es desproporcionado, intangible, fugaz, fraudulento.

Hasta ahora, los anuncios de obras y programas que ha hecho el gobierno estatal me parecieron hojas de ruta, con objetivos bastante aceptables. Así sean obras faraónicas, por lo menos aterrizan en alguna utilidad, y esto es indispensable ahora mismo que estamos en un momento social y económico bastante caótico, incierto. Pero la pandemia no termina. No podemos suponer que cuando lo haga retomaremos el camino en donde lo dejamos. Este virus ha exhibido toda nuestra miseria y toda nuestra grandeza. ¡Claro! Por eso todos necesitamos un nuevo estadio de futbol. Un inmenso nido para el magnífico fénix social que surgirá de las cenizas de esta crisis. Es lo que requerimos para ejercitar nuestro ánimo, revitalizarnos, renovarnos, poder ahora sí ponernos con el Sansón de la adversidad a las patadas.

Como ciudadano, me guste o no un gobernante, estoy obligado a apoyar todo aquello que impulse para el bienestar social. Sea una carretera interserrana, una mesa de coordinación, una reforma en adopciones o un tour de vacunación. ¿Un estadio también? No, definitivamente no. Coincido con el “asonante” poeta: “Sabedlo, soberanos y vasallos, próceres y mendigos: nadie tendrá derecho a lo superfluo mientras alguien carezca de lo estricto”. 

¿De verdad alguien puede dar un argumento sólido, socialmente bien fundado, irrebatible, uno solo, que demuestre que los nuevoleoneses necesitan un estadio nuevo? Para tantos muertos como ha dejado la pandemia, tal vez sí necesitaríamos una pirámide… o varias.

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