El privilegio imperial.

Irreverente

Plácido Garza

Les platico: la carta aquella de mi amigo Julio la había escrito en julio y me llegó en septiembre.

Eran días en los que escribía uno en el idioma que fuera, pero sin los símbolos, acotaciones ni acortaciones del “lenguaje” de hoy, que es todo menos eso, lenguaje.

De pronto pienso que mucha gente de la de “hoy” ya no escribe ni habla, sino que se comunica por señas escritas y habladas y eso es terrible para cualquier lenguaje.

Llenan un párrafo o una frase con la mitad de signos, emojis o eso, acotaciones y acortaciones, que es un espanto para quienes aprendimos desde chiquitos no solo a vivir, sino a a leer y también a escribir.

Las faltas de ortografía se toleran como quien tolera un mal gobierno y existen no solo en el escribir, sino también en el hablar.

Vivimos la dictadura del mal lenguaje -escrito y hablado- siendo que a uno lo educaron en la casa -y a veces también en la escuela- en el privilegio imperial del decir y hablar con palabras, no con señas ni con signos.

De todo esto me acordé hoy desde la soledad de las horas de madrugada, en la que la ciencia y la naturaleza -como dijo nuestro presidente en su 3er ¿informe?- nos despierta en horas más propias de dormir que de escribir.

Tenía hace muchos años a un amigo que se llamaba Julio y escribiéndole y leyéndole fue como aprendí que su nombre se escribía con “J” mayúscula y el mes en el que ambos habíamos nacido, con minúscula.

Era uno de esos eslabones que conectaban mi presente con el pasado y a veces también con mi futuro.

Los correos de aquellos años eran tan lentos como los de ahora, pero se tardaban más las cartas en llegar.

Vivía él en la que se llamaba ciudad de México o De Efe y que ahora fue acronomizada a CDMX.

Había nacido y crecido en Argentina y la mitad de su vida la había pasado en la capital federal, también llamada Buenos Aires, y la otra en París.

Compartíamos lecturas a distancia y la que más gozábamos era la de otro Julio, Cortázar.

El cuento de nuestro Cronopio -así le llamábamos en honor a uno de sus relatos- era uno en el que el personaje entraba por un pasaje de la avenida Corrientes y salía del otro lado a los Campos Elíseos.

Hace tres años que andábamos la irreverente de mi Gaby y éste su irreverente servidor en Caracas, nos sucedió algo parecido: entramos por un pasaje de la avenida Libertador y salimos del otro lado al Paseo de la Reforma.

Y nos dijimos uno al otro viéndonos con la amante complicidad de miles de lecturas compartidas: “eso nos pasa por andar leyendo tanto”.

Me desperté entonces hoy acordándome que hace ya muchos años, recibí en septiembre la carta de Julio, con fecha de salida julio.

Y entre tantas cosas que le dije de respuesta, fue que durante el tiempo sin saber de él -ni él de mí- ahora veía que nos la habíamos pasado en hospitales.

Él por cierto intento fallido de cortarse las venas por una decepción político-amorosa, y yo por un accidente.

Es que Videla había sido para él una suma de decepciones, que se entrelazaron cual telar con el amor, porque había caído en las redes de una fanática del gobierno de aquél funesto general argentino.

Yo -en cambio- había también caído, pero en uno de los muchos cerros que en mi vida se me han atravesado y todavía se me siguen atravesaNdo. 

(Lean ustedes la belleza y la enorme capacidad creadora del idioma: una sola “n” en la palabra subrayada sirve para llevarnos del pasado “atravesado” hacia el presente “atravesaNdo”).

Julio tenía tal poder poético en sus textos, que atesoraba sus cartas y las releía cuando el correo de vuelta a las mías se tardaba, como… como aquellos julio y septiembre del que hoy les escribo.

Uno de esos días en los que a la gente que se moría la enterraban y no la quemaban como ahora le hacen a la mayoría, le escribí diciéndole que cuando yo muriera, a quien me cerrara los párpados le pediría que me enterraran en un ataúd amarillo, como el del que Neruda se preguntaba: ¿”y qué haríamos sin el color amarillo?”

El día de su carta escrita en julio y recibida en septiembre, le contesté diciéndole que lo quería vivo, que cómo se le ocurría por el amor de una Videliana haber querido morirse.

Y ya no supe más de él, porque cierto familiar que seguía recibiendo su correo, tuvo la delicadeza de mandarme un telegrama anunciándome que el 3 de aquél septiembre de la carta con retraso recibida, finalmente Julio -con mayúscula- había muerto en su tercer intento de suicidio.

Seguro fue por eso que hoy me acordé de él y si en este momento a minutos del amanecer escribo, no fue ni por la naturaleza ni por la ciencia, sino porque hay recuerdos tan poderosos que nos hacen despertar de las irrealidades de los sueños, para confrontarnos con la realidad de estar despiertos…

CAJÓN DE SASTRE

“Wow, mírate, no solo de política sabes escribir”, me dice la irreverente de mi Gaby, guiñéndome un ojo, cuando en sueños este texto compartía…

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About The Author

Plácido Garza Presidente del portal noticioso www.detona.com Nominado a los Premios 2019 “Maria Moors Cabot” de la Universidad de Columbia de NY; “Sociedad Interamericana de Prensa” y “Nacional de Periodismo”. Forma parte de los Consejos de Administración de varias corporaciones. Exporta información a empresas y gobiernos de varios países. Creador de la primera plataforma de BigData en México. Escribe diariamente su columna IRREVERENTE para prensa y TV de medios nacionales y de otros países. Maestro de distinguidos comunicadores en el ITESM, la U-ERRE y universidades extranjeras. Como montañista, ha conquistado las cumbres más altas de América.

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