Eloy Garza
Radiografía de los periodistas zalameros en épocas electorales
Eloy Garza González
En sus buenos tiempos al PRI le decían “la presidencia imperial” (Enrique Krauze), “la dictadura perfecta” (Vargas Llosa), o el Ogro Filantrópico (Octavio Paz). El espejo fiel de este imperio-dictadura era la prensa mexicana. Los periodistas tradicionales solían ser exégetas del gobernante priista. O sea, interpretes de los gestos, ademanes, saludos, abrazos o miradas furtivas del gobernante tricolor.
Como la democracia brillaba por su ausencia, el periodista tradicional tenía que adivinaren cada guiño o mueca del presidente o del gobernador, a quién ungiría con su dedo elector, o a quién mandaría a la Siberia del ostracismo político; quién estaba cerca o lejos de sus afectos o a quién sacarían de la castaña del olvido para ponerlo de gobernador de Nuevo León (como le pasó a Martinez Domínguez con José López Portillo).
Con la llegada de Vicente Fox al poder se acabaron esos “rituales del gesto revelador”, que no eran más que pura flojera para hacer investigación periodística de fondo. El PRI se fue a la banca, y cuando regresó al poder dos sexenios más tarde, todos esos gestos, saludos, guiños y miraditas presidenciales se volvieron puro chacoteo. Con Peña Nieto ya ni la burla perdonaban. Con AMLO volvieron algunas de estas prácticas, aunque con las Mañaneras, el Presidente es su propio medio de comunicación.
Algunos tics de la “presidencia imperial”, se le quedaron pegadas a la prensa actual al mismo tiempo que expiró el periodismo de fondo. Ahora muchos colegas interpretan cada guiño, gesto, ademán, cansancio real o imaginario, risas y cara seria del preciso: que si sentó a su lado en la Mañanera a tal o cual, que sí le posó el brazo a fulano y no a sutano, que si se rio con unos y no con otros, que sí caminó unos pasos con este o con el otro, que si no invitó a aquellos.
Habrá que recordarle a los columnistas que siguen haciendo ese tipo de arcaicos análisis imperiales, que vuelvan al periodismo de fondo, de fuste y gran brillo, en vez de quedarse en las formas de cómo saluda o abraza el Presidente, lo cual ya no quiere decir nada.
Hace muchos años corría la anécdota de cierto compañero de primaria de un Presidente de la República. Cuando el preciso lo citó en Los Pinos y le ofreció darle lo que quisiera, el excondiscípulo le respondió: “no quiero cargos ni puestos públicos, nada más que en un mitin, a la vista de todos, me des un abrazo bien fuerte y me grites, ´qiúbole, compadre querido´, con eso me doy por bien servido y lo demás corre por mi cuenta”.
Sin embargo, en estas épocas tan inciertas y volubles para todos los candidatos, en donde las campañas cambian punteros locamente, más le valdría al excondiscípulo haberle pedido un préstamo constante y sonante a su amigo bien parado, porque el puro saludo nomas le serviría a ciertos periodistas para llenar su columna de análisis corporales.