Eloy Garza

Al cabrito lo invaden piojos chilangos

Eloy Garza González

Yo votaré por el candidato a gobernador que más defienda a la gente de Nuevo León.

Yo soy del Norte. No me queda de otra. Y no quiero de otra: aquí nací y aquí me moriré.

Podría enumerar los lugares turísticos que más adoro y que más odio de mi tierra.

Lo mismo podría decir de su gastronomía: adoro el cabrito y odio el dulce de frijol, por ejemplo.

O de su música: adoro al Piporro y odio la cumbia.

O de su literatura: adoro a Alfonso Reyes y me cae mal José Alvarado, luego les digo por qué.

O de su arquitectura: adoro la austeridad del adobe y odio el mal gusto del Servilletero.

Pero el repertorio de gustos o desprecios personales los rige la experiencia de cada quién; no se prestan al rigor del análisis sino a la íntima psicología de quién opina.

Así que más bien procedo a mencionar patrones de conducta, hábitos propios de una comunidad (en este caso la norteña) que pueden propiciar la simpatía o el desprecio de la gente de afuera, pero que son nuestro sello de identidad.

Y que, por desgracia, están modificándose para mal.

Es lugar común advertir que Nuevo León creció a partir del ahorro. El regiomontano de antaño era sujeto de burla en otras latitudes por ser “codo”.

Pero la acusación general no distaba de la realidad. “Las vacas comen todos los días”, decía un refrán socorrido por los regiomontanos como argumento para trabajar incluso los domingos.

En Monterrey se consideraba vagancia estar ocioso. Se llevaban las cuentas personales al día y se tenían hábitos de vida frugal.

No es casualidad que mis ancestros fueran tenderos o administraran un hostal.

Nuestros abuelos eran dependientes de sí mismos, tacaños, madrugadores y ahorradores: vivían por debajo de lo que ganaban.

Pulcros y atildados.

De la pala pasaron al arado y luego al tractor.

Pero también del capital reinvertido pasaron a instituciones bancarias y después a un sistema de seguros.

Invertían: quitaban el dinero de aquí para ponerlo allá, y buscaban el mayor beneficio o la menor pérdida.

No era una operación fácil pero se aprendía con disciplina y partidas de madre.

El regiomontano ahorraba un porcentaje de los beneficios en espera de que los tipos de interés fueran bajos. Así financiaba mejores posibilidades de producción.

Los bienes generados no se consumían al momento: se guardaba para el futuro.

Se hacían cálculos y previsiones.

A eso se le llama “preferencia temporal”.

Los valores comerciales se sustentaban en Monterrey en valores éticos, lo mismo en el caso de un tendero en el barrio de La Luz que de un fabricante de hilos y tejidos en Santa Catarina.

Los regiomontanos nunca fuimos una sociedad opulenta pero sí una comunidad previsora. Nunca fuimos notables inventores pero sí grandes productores. ¿Por nuestras raíces árabes? No lo sé: tampoco importa tanto.

Veíamos con afecto (y un poco con signo de pesos) al foráneo, libanés, judío o irlandés. Nos gustaba comerciar: comprar y vender.

Así creció nuestra calidad de vida, por encima de otras regiones de México.

Lo que vino después es un desastre. Es la parte más aborrecible de los patrones de conducta de los regiomontanos.

Se vendieron las empresas insignias de Nuevo León.

Se perdió el autocontrol (la capacidad de domesticar nuestros instintos).

Se entregaron las calles al crimen organizado, se creyó que el trabajo era un castigo.

Se vivió ya no para producir y ahorrar sino para simular y apantallar.

A los regiomontanos nos gusta trabajar, como a los chinos, a los escoceses y a los gallegos.

Sin embargo, hemos convertido este valor social en letra muerta, papel mojado.

Cunden los apologistas (incluso del Tec) del discurso motivacional y la autoayuda, otra manera de referirse a la flojera o la pereza.

Puras vaciladas.

Ahora, el comercio regiomontano se basa en monetizar bailes en Tik Tok, grabar babosadas en Instagram, tomar vacaciones de varios meses a crédito.

La pérdida del tiempo como misión de vida, la apología de los caprichos y los lujos para impresionar al vecino.

El ventajismo comercial, la ruta fácil de hacer dinero, el hedonismo como única filosofía, comerciar con facturas y hacerse millonario como facturero.

El consumismo contra el ahorro, la ligereza contra el rigor, lo frívolo contra la disciplina.

Las consecuencias de una generación las paga la siguiente.

Nosotros todavía no pagamos el alto precio.

Viene lo peor.

Salvo honrosas excepciones, Nuevo León se está convirtiendo en rehén de los dictados del centro.

Desde allá nos imponen la Ley contra nuestro estilo de vida propio.

Es la mafia chilanga, del tamaño de un piojo.

Yo adoro a la gente, a mis amigos y a los conocidos míos que viven en Nuevo León.

Y quiero que mis cenizas se esparzan (por decisión personal) en lo más alto del Cerro de la Silla.

Pero es tiempo de despertar.

Nada de renaceres ni jaladas conexas.

Simplemente despertar y seguir trabajando.

La única coartada para el norteño es ahorrar y trabajar.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

(Visited 44189 times, 1 visits today)

About The Author

Te puede interesar...

LEAVE YOUR COMMENT

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *