Lecciones de pizarrón para Delfina Gómez, titular de la SEP

Eloy Garza González 

Suele decirse que los centennials se manejan por emociones y no tanto por ideas, en tanto que los adultos lo hacemos especialmente por ideas. 

Pero la ciencia cognitiva demuestra que nadie se mueve sólo por las ideas; cuando mucho, las personas nos movemos por “algunas” ideas o prejuicios o creencias.

Lo cierto es que todos nos movemos por emociones, algunas más primarias, otras más elaboradas, algunas en estado primigenio y violento, otras tamizadas por la intervención de la corteza cerebral. 

Las redes sociales entienden al ser humano mejor que la educación oficial. ¿Por qué? porque entienden mejor, para bien o para mal, al mundo emocional en el que las personas vivimos.

La producción de bienes materiales y de servicios cumple su función social sólo si va acompañada por la producción de deseos. 

¿Para qué producir algo si no hubiera quien quisiera comprarlo? 

Pero la educación convencional hace lo imposible para contener, bloquear, disipar y finalmente diluir los deseos. 

La crítica al aspiracionismo se basa en la crítica al deseo. 

No desees lo que realmente no ocupas, dice la educación oficial. 

Pocos filósofos contemporáneos han entendido el valor educativo de tener deseos.

Los usuarios de Facebook e Instagram se han convertido en una máquina generadora de deseos. 

Las redes sociales son una cultura del deseo y los youtuberos e instagramers reflejan en sus videos e imágenes lo emocionante que resulta desear, a veces hasta por el simple estímulo.

Muchos maestros y pedagogos son incapaces de crear deseos: ofrecen productos de calidad, pero no saben cómo ofrecerlos; se pasa por alto el deseo del alumnado. 

Para ellos, salvo honrosas excepciones, aprender debe ser una obligación. Algo impuesto por un tercero. 

Los seres humanos tenemos un área denominada “seeking” situada en el cerebro emocional, que es la responsable de provocarnos inquietud y excitación. 

El cerebro emocional es nuestra generadora de emociones, impulsos y estados de ánimo que dirigen nuestra conducta.

Pero si los algoritmos están evaluando 24/7 los deseos que tenemos los usuarios de redes, en el caso de la educación jamás se mide el afecto o interés que despiertan los contenidos curriculares. 

A los pedagogos les preocupa la dimensión cognitiva y no emocional, como si la única regla del juego educativo fuese nada más explicar contenidos y no emociones. 

O sea que la educación debe convertirse tanto industria del deseo si quiere ser industria del conocimiento. 

Por ejemplo, de nada sirve enseñar a leer a los alumnos si no se les enseña además el placer de leer. 

De ahí que García Márquez decía que desde niño despreció la escuela para ponerse a aprender. 

La falta de motivación de una buena parte de los alumnos sobre todo en esta pandemia, debería obligar al maestro a ser, también, un motivador de emociones. 

Comunicar mejor para que los alumnos aprendan mejor. Esto debería entenderlo una maestra de vocación como Delfina Gómez Álvarez, titular de la Secretaría de Educación Publica cuyo único deseo personal es ser gobernadora de Edomex. 

Y ese deseo tan insistente no lo aprendió Delfina en la escuela, ni siquiera en las redes sociales; lo aprendió en la grilla. 

Mañana les explico una idea original para revolucionar la educación pública usando algoritmos y la Inteligencia Artificial. 

Quién espere que mi artículo de mañana se enfoque a defender o criticar a AMLO no me lea. Andamos en asuntos más importantes.

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