Los verdaderos amigos del General Salvador Cienfuegos | Por Eloy Garza

Por Eloy Garza González

En términos de seguridad México es una coladera. Siempre lo ha sido. De la frontera para allá, nuestro país manda migrantes y droga. Y de la frontera para acá, los gringos nos mandan armamento ilegal, agentes encubiertos, espías que toman cerveza y turistas que hacen selfies.

Somos muy mexicanos, y nos gusta gritarles vivas a los héroes que nos dieron patria, pero cuando nos topamos en México con un agente de la DEA, encubierto o no, casi le pedimos autógrafo. Los admiramos porque no hablan bien el español, por los pelos güeros y porque actúan de rudos como en aquellas películas de Charles Bronson. Si se disfrazaran de simples paisanos perderían el encanto, el charm. Así que andan por ciudades, ejidos y pueblos casi portando un gafete que dice (en inglés): “soy agente encubierto de la DEA”.

¿A qué voy con esto? A que la DEA no tiene límites para peinar el territorio nacional, con tecnología sofisticada y pactos siniestros a todos los niveles. Difícilmente el secretario de la Defensa, es decir, el general Salvador Cienfuegos, (ahora preso), hubiera podido cerrar tratos con los capos, sin que la DEA lo supiera.

Uno no se traga el cuento de que cierto día, un burócrata de la DEA espió las llamadas del iPhone del general Cienfuegos, y se enteró para su sorpresa de que los malos le decían “El Padrino”. Vamos quitándonos la idea quimérica del bandido bueno. En el narcotráfico abundan los bandidos a secas. Los buenos solo están en series como “Narcos” de Netflix, donde los agentes de la DEA son angelitos del señor, que persiguen a Félix Gallardo, con cara de Diego Luna y los generales del ejército no cruzan palabra con la DEA más que para picarles los ojos y burlarse de su acento gringo. ¿Cuándo la DEA delatará a la DEA?

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