Eduardo Ostos y un juicio infernal

Eloy Garza González

Hace tres años mi sobrino Carlos Garza, hijo de mi hermano, se fue de excursión a la Ciudad de México. Se trataba de un viaje escolar en camión rentado.

Cuidaban al grupo de estudiantes unas monjas de su colegio dirigidas por una madre superiora. Apenas llegaron del largo recorrido, las monjas decidieron llevarse sin descansar a los muchachos al parque de diversiones Six Flags. Fue la primera de muchas imprudencias.

Carlos se subió a un juego mecánico en forma de rueda de la fortuna. En el punto más elevado se abrió la portezuela de la canastilla y dado que carecía de arnés o cinturón de seguridad, mi sobrino cayó de una altura de más de ocho metros.

Por extraños motivos, Six Flags tardó más de media hora en darle los primeros auxilios. Lo llevaron casi desangrado a un hospital de Periférico. Digamos que se tomaron su tiempo.

Yo había volado casualmente a la Ciudad de México un día antes. Mi plan era viajar a Cuautla Morelos. Nunca llegué a ese paraíso. En cambio, entré al infierno (del que salí con dos arritmias y una fuerte afección en los riñones que aún padezco).

En fin, me llamaron al celular para que fuera al hospital porque era el único pariente del accidentado. Me encontré en Urgencias a Carlos sobre una camilla sucia, arrinconado para que no estorbara el paso. Sus piernas eran un amasijo sanguinolento. Abajo de la camilla, un enfermero había puesto una cubeta de zinc, para que la sangre que aún manaba de las heridas no se esparciera por el piso.

La madre superiora y un representante del parque pidieron hablar conmigo en una salita contigua. Me dijeron muy amablemente que Carlos estaba moribundo, que hiciera el favor de pagar el voucher para que el paciente pudieran ingresar al hospital y que mi sobrino había intentado suicidarse.

Después me enteré que Carlos no estaba moribundo (aunque lo atendieron tarde y mal), les advertí que Six Flags tendría que hacerse cargo de la hospitalización y descubrí que lo del suicidio era una vil calumnia para exonerar al parque de su responsabilidad.

No me apena reconocer que los mandé lisa y llanamente a la chingada y me fui con Carlos. Le pregunté cómo se sentía y respondió con un hilito de voz: “vivo”. “¿Estás dispuesto a luchar?”, y con toda serenidad me dijo que sí.

No pude menos que tomarlo de las manos para trasmitirle fuerza moral. Desde entonces no he vuelto a soltárselas. Y ahora entiendo que es él con su ejemplo, no yo, quien nos da la fuerza moral que todos necesitamos en nuestras horas bajas.

Ya les contaré en otra ocasión cómo nos difamó Six Flags pagando a medios nacionales para que dijeran que Carlos había intentado suicidarse; cómo usaron granjas de bots; cómo mi sobrino era uno más entre decenas de casos de accidentados en ese parque que se silenciaban públicamente usando amenazas y chantajes; cómo nos ayudaron muchos amigos en tan difícil trance y cómo llegó finalmente el abogado Eduardo Ostos a representarnos en un juicio tormentoso y cruel, no apto para cardíacos, que se perdió en primera instancia.

Hoy, por primera vez en toda la historia de demandas en contra de Six Flags, una empresa tan poderosa que supera en ingresos a Disney World (para que se den una idea de su magnitud), al cabo de muchas muertes de inocentes y lisiados de por vida, se hace justicia en favor de una víctima.

Carlos ganó finalmente el juicio, perdió Six Flags y quedó demostrado que Eduardo Ostos es uno de los grandes juristas que ha dado México. Un jurista que además es un hombre íntegro, honesto y jovialmente sabio.

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