Insubordinación, pilar de la transformación

Irreverente

Plácido Garza

Les platico: soy desobediente por naturaleza, excepto en los preceptos relacionados con mi pareja, porque presumo en eso ser facilito como la Singer.

(Acotación para las nuevas generaciones: Singer es la marca de las pioneras máquinas de coser que se usaban para remendar y confeccionar ropa que hoy resulta más fácil comprar en la tienda, en Amazon o de perdido en Mercado Libre).

Retomo el tema: las redomadas y retomadas arengas del inquilino del Templo Mayor contra los aspiracionistas clasemedieros, me llevaron a hurgar en los anales de las religiones y averigüé que la Torá encierra el antecedente más claro de la esencia humana respecto a la desobediencia.

INSUBORDINACIÓN SOCIAL

Uno de los 613 mandamientos que contempla la Halajá -reglas que se derivan de la Torá- dice que a diferencia de los ángeles y las bestias -cuya voluntad está regida por Dios y por las pasiones, respectivamente- la insubordinación social determina la esencia del ser humano.

Los hombres como género, más no por su definición de sexo, somos desobedientes por naturaleza, según los designios de la deidad del judaísmo.

Y este precepto se encuentra por igual en los textos sagrados de Jesucristo, Mahoma y Buda, aunque en sus respectivos lenguajes.

DESOBEDIENCIA ES SINÓNIMO DE LIBERTAD

Dicho de otra manera, la libertad de las personas se manifiesta en su desobediencia.

Insubordinarse no significa en forma alguna, una negación, un reproche o un reniego de la biografía personal, familiar, política o ciudadana.

Los gobiernos son un sistema de creencias ideológicas y de otras índoles más terrenas, que no necesariamente conllevan la necesidad u obligatoriedad para los gobernados, de acatar; y atacar aquello que no les convence es su derecho.

A los gobernantes suele olvidárseles esto. En el peor de los casos, ni conocen tal precepto universal.

Y cuando eso sucede, los gobernantes no toman en cuenta en sus acciones u omisiones, el derecho del ciudadano a ejercer su libertad incluso en el ataque.

Al buscar nuestra felicidad, nuestro bienestar y aspirar a ser más y mejores cada día, estamos en nuestro derecho de romper con cualquier tipo de atadura que se nos quiera imponer.

Tenemos el derecho de desatar cualquier tipo de constructo social, ideológico o político que se nos pretenda imponer a través de programas o posturas del gobierno.

Aunque lo nieguen el presidente y sus corifeos dentro y fuera del gobierno, la 4T está marcada y orientada hacia el pasado.

Vivimos un denigrante status quo que se tambalea y quienes forman parte de él se niegan a reconocer.

No se necesitan ladrillos para levantar muros. Bastan y sobran las arengas populistas para dividir a todo un país en seguidores y perseguidos.

La polarización es el lenguaje de los inválidos de talento.

El ataque es la herramienta de los débiles de intelecto.

La censura y la descalificación es el plan de acción de los inútiles e incapaces.

LOS ESPEJOS

El Templo Mayor frente al Zócalo es pródigo en espejos. Los hay de todos los tamaños y a raíz de que la sede del poder presidencial se mudó ahí desde Los Pinos, se han reproducido como gremlins en aguacero.

En la cultura de los tarahumaras, los espejos no se encuentran fácilmente en sus moradas.

Soy compadre -ya lo he dicho- de Juan Surá, uno de los líderes de la comunidad rarámuri en Guachochi, poblado que en español significa “Lugar de Garzas”, enclavado en la sierra de Chihuahua.

Viviendo con ellos aprendí que quien busca reafirmarse en su inseguridad, se rodea de espejos y voltea a verse en ellos para confirmarse.

En las ciudades los hay hasta en los elevadores y el culto de tomarse fotos a sí mismos reflejándose en espejos, habla del tamaño de la inseguridad de los individuos que las presumen.

Respeto pero detesto a quienes lo hacen, porque a través de metáforas visuales pretenden desenterrar sus emociones, que están muertas y ni cuenta se han dado o nadie ha tenido la misericordia de avisarles.

El reflejo de quienes se retratan a sí mismos en los espejos les permite reconocerse o reencontrarse. Están perdidos y buscan de esa manera encontrarse.

El político que se cita a sí mismo insistentemente, cae en esa categoría.

Su discurso, su propaganda, su arenga, su catecismo recitado desde el púlpito de su poder, es el espejo en el que se ven reflejadas sus limitaciones.

Son incapaces de rebelarse a sí mismos y como no pueden hacerlo, terminan por revelarse en su pequeñez.

Sus “espejos” en los cuales buscan verse todos los días, son opacos y desdibujan la figura de su autoridad.

Buscan sobrevivir a la censura social, tomándose a sí mismos fotos que salen cada vez más desafocadas.

LOS SILENCIOS DELATORES

Los largos silencios que caracterizan sus discursos, revelan sumisión a las ideas de los grandes a quienes invocan, y sucumben ante los tamaños de esos en medio de los cuales se quiere colar para pasar con ellos a la historia.

Es angustiante, incómodo y asfixiante presenciar esos largos silencios.

Rehuyen el escrutinio de sus críticos y prefieren calificarlos como enemigos, traidores o hijos del neoliberalismo. “Quien no está conmigo está en mi contra”.

Presumen de los privilegios del protagonista.

Y ante eso yo les digo: “Provecho”.

CAJÓN DE SASTRE

“No les digas eso, no se vayan a atragantar”, dice la irreverente de mi Gaby.

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About The Author

Plácido Garza Presidente del portal noticioso www.detona.com Nominado a los Premios 2019 “Maria Moors Cabot” de la Universidad de Columbia de NY; “Sociedad Interamericana de Prensa” y “Nacional de Periodismo”. Forma parte de los Consejos de Administración de varias corporaciones. Exporta información a empresas y gobiernos de varios países. Creador de la primera plataforma de BigData en México. Escribe diariamente su columna IRREVERENTE para prensa y TV de medios nacionales y de otros países. Maestro de distinguidos comunicadores en el ITESM, la U-ERRE y universidades extranjeras. Como montañista, ha conquistado las cumbres más altas de América.

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