La camisa dorada de don Eugenio
Francisco Villarreal
Este domingo, estaba yo viendo que no llovía, a pesar de los pronósticos a favor. Y que una presunta tormenta, huracán, ciclón, o lo que se le pegue la gana ser mientras se toma baños de asiento en el Golfo de México, llamado Nicolás, andaba malqueriendo las costas mexicanas y amenazando a los vecinos texanos. El republicano gobernador de Texas, tan “facho” como su compadre Trump, ya podría ponerle apellido al intimidante meteoro, y no ha de ser otro que “Maduro”. Faltaría completar el cuadro apocalíptico con los buenos oficios del casto actor Eduardo Verástegui, que con sus irrefutables argumentos y su brillante teología, podría predicar urbi et orbi contra el comunismo, esta vez como factor maligno-diabólico del cambio climático.
Debo decir que estoy viejo, pero no recuerdo una sequía tal penosa como la que padecemos. Ha sido tan larga que parece rebasar ya su efecto en los ecosistemas. Las parcelas cerebrales, sembradas de neuronas, también sufren de esta dura sequía. Los efectos van desde alucinaciones sociales hasta edificios conceptuales marmóreos que, vistos de cerca, están hechos de frágiles adobes. Y a falta de agua, bilis. Así leo a tantas víctimas de esa íntima sequía amasando los adobes de sus argumentos con secreciones de sus vesículas biliares: el rencor, el odio en su propio jugo.
Mientras estaba yo viendo que no llovía, leí una publicación en un grupo de Facebook (mi único recurso para socializar la trascendencia de mi intrascendencia). Un joven, creo, señala a don Eugenio Garza Sada como financiador de un grupo fascista de choque en tiempos de Lázaro Cárdenas. Ambos, don Eugenio y los “camisas doradas” (Acción Revolucionaria Mexicanista) existieron, pero su coexistencia temporal no demuestra atingencia. La respuesta, entre personas inteligentes, debió ser una dialéctica mesurada por las pruebas. Sin embargo surgió una retahíla de insultos que obligó al que hizo la publicación a cancelar los comentarios.
Los vituperantes, unos cuantos pero muy frenéticos, ni siquiera se tomaron la molestia de investigar un poco sobre el generalote Nicolás Rodríguez, obregonista, luego vasconcelista y luego callista, que acabó exiliado en Estados Unidos donde también promovió actividades fascistas y hasta una frustrada invasión a Baja California. ¿Qué quería la ARM, los “camisas doradas”? Entre otras cosas, expulsar de México a los comunistas, los judíos y los chinos.
El “debate” no tuvo mayores consecuencias que el pavoneo. Sin diálogo no puede haber conclusiones. Yo no podría asegurar que don Eugenio Garza Sada hubiera apoyado a los “camisas doradas”. Sí es evidente que los empresarios reineros de esa época coincidían mucho con las ideas fascistas europeas. Hasta podrían haber cooperado para comprarles unas docenas de los ostentosos “uniformes” a esos oropelescos falangistas mexicanos. Pero patrocinar un movimiento así, no creo que haya sido una buena inversión para empresarios muy picudos que ya tenían sus propios métodos, más eficientes, para combatir el presunto “comunismo” oficial (la COPARMEX, sindicato de empresarios, se fundó en 1929).
Hay que entender que los empresarios norteños estaban formados en una moral religiosa, rígidamente católica, y de ahí en una ética empresarial primorosamente bordada a mano con los hilitos de oro de la encíclica De Rerum Novarum, de Su Santidad León XIII. Los “camisas doradas” eran simples resentidos; eran, en pocas palabras, el FRENAA de su época, que también usaban el escándalo a falta de ideas consistentes. Sin esa moral y esa ética, de sustrato religioso y por tanto popular, ni como grupos de choque eran útiles para los empresarios; si acaso para intimidar a algunos comerciantes de origen extranjero, y eso ya lo había hecho don Pascual Ortiz Rubio. Hasta el propio don Lázaro Cárdenas fue tan inteligente como para reprender don Tomás Garrido Canabal, por los excesos anticlericales de sus “camisas rojas” (la cara izquierdista del fascismo, idéntica a la otra pero sin dios). Lo que pondría a don Lázaro como el único no fascista entre verdaderos fascistas, ya “dorados”, ya “rojos”, ya “tricolores”, ya incipientes “azules”.
En esa reyerta en redes entre quien señalaba a don Eugenio como fascista y quienes lo santifican y casi lo deifican no hubo ganadores ni perdedores. Hubo la evidencia de que el fascismo, de cualquier color, es irracional y, por lo tanto, es imposible establecer un diálogo. También de que a causa de la sequía, Agua y Drenaje de Monterrey, subrepticiamente, ha estado bajando la presión de la red de agua potable, porque se nota que a muchos “regios” no les sube el agua hasta el tinaco… ni siquiera al segundo piso. Y todavía más peor, que si bien los reineros estamos formados en la cultura del trabajo, hemos reducido algo tan social y económicamente relevante a dos simples cosas: tenerlo y que nos paguen lo que sea por él.
Defensores a ultranza de don Eugenio los hay. No sé por qué. La mayoría, si no es que todos, no tienen idea de lo que representó él, y el empresariado local, para la clase trabajadora en su momento. De entrada, implantaron prestaciones laborales que no existían y acabaron luego siendo concretadas en leyes que, entonces sí, fueron rechazadas por los empresarios. ¿Por qué? Tal vez porque las prestaciones laborales son las mismas, pero la perspectiva es distinta. Para la ley, se otorga como un derecho; para el empresario, como una obligación moral. No es lo mismo. Uno es un derecho irrenunciable; el otro es una gracia que se otorga a voluntad del otorgante. Uno empodera, el otro sojuzga. En esta diferencia está la raíz del fascismo que es, básicamente, económica.
No creo que don Eugenio se haya puesto en su tiempo la “camisa dorada”. Para empezar porque era ridícula. Creo que fue fiel a sus convicciones morales y religiosas, pero que fue pragmático… como todo empresario. Hábil y hasta temerario en lo político y coherente dentro de esta elasticidad moral que permiten la economía, la religión y el confesionario. Lo curioso es que, aun sabiendo de esta radical distancia entre la derecha estúpida y la derecha inteligente (y también hay “izquierdas” en ambos extremos), la derecha deslavada actual se quiera poner una flamante camisa dorada para reivindicar un fascismo que, si logran hacerlo, los aplastará también a ellos. Porque desde antes de “Vox” ya enseñaban el cobre, es decir, el oropel.
Y sí, en Nuevo León hay muchos fascistas. Y son tan tontos que ni siquiera saben que lo son.
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