Mi agüela, la pereza y la SCJN

Francisco Villarreal

Mi agüela era una santa que hacía honor a su nombre, Blanca. Sus exabruptos apenas si tenían ímpetu para alzar un poco la voz, que sólo subía volumen para cantar. Por cierto, ¿ya nadie canta sólo por gusto y no para que lo escuchen? …Doña Blanca era una confidente segura para descargar penas y chismes. Las penas no quedaban sin consuelo; los chismes, esos sí quedaban sin difusión. Decía que cualquiera puede opinar de lo que sea, pero que es más fácil equivocarse que acertar, y más cuando uno está más atento a la vida de los demás que a la propia. Cuando contaba alguna historia real, no era muy generosa con los adjetivos; en cambio los cuentos (que era uno solo con muchas variantes) eran abundantes de colores, olores, sonidos y sabores. Por supuesto, doña Blanca jamás hubiese podido ser periodista. Tenía demasiado clara la diferencia entre la información y la opinión; entre la inaprensible realidad, y la feracidad de la fantasía.

Doña Blanca era una consumidora insaciable de noticieros y periódicos. No sé si en ese tiempo la información noticiosa era más cuidada… creo que sí, (¿Más censurada?, ¡por supuesto!), o la santa señora tenía su piedra roseta para decodificar y depurar las noticias sin sufrir ni causar daños colaterales. Práctica sí era, porque se enteraba de lo necesario para saber cuándo juntar agua por eventuales cortes, cuál era el nuevo horario de los camiones, a dónde cambiaron las oficinas del recaudo predial, cuándo habrá visita presidencial al estado (para no salir de casa), etc.

Hay en esta actitud una cautela que no nacía de leyes ni reglas, sino de una ética personal estricta que intentaba mantener un entorno social estable, lo que todos queremos: tranquilidad. Desde esta perspectiva, uno puede ser engañado por información falsa o sesgada, pero no es tan sencillo, porque la información que se recibe, sea un chisme o una noticia, siempre será cribada por un criterio que no depende ni de la información ni del emisor, un criterio formado por el receptor.

Tal vez no sea la mejor manera de comprometerse con las exigencias de la compleja sociedad actual, pero al mantener la estabilidad en el entorno inmediato, se facilita lo que la sociedad necesita antes aún que seguridad, salud, servicios públicos… ¡actividad! En estos años de pandemia, el confinamiento, la inmovilización generalizada, han sido tan traumáticos como estar en medio de una guerra civil.

Cuando me enteré de que la Suprema Corte de Justicia de la Nación dictaminaba que los medios electrónicos de comunicación debían ser explícitos en diferenciar la información de la opinión, recordé de inmediato a mi agüela. Ella depuraba el dato y el chisme con eficiente precisión a través de sus valores. Claro que este sistema ya no funciona tan bien en un medio de comunicación, o en una “mañanera”, que es lo mismo. No es que seamos menos suspicaces, es que somos más perezosos. Nos da flojera hasta formar nuestras opiniones. Aramos un campo fértil para que germine cualquier estupidez.

Tampoco debemos cegarnos ante la evidencia que nos da el flujo informativo. Ningún medio de comunicación carece de intereses, y emite información en función de ellos. Hay que vivir con eso, pero no depender de eso. Un ejemplo simple: hace poco veía un noticiero. La conductora (no periodista) dio sin mayores comentarios la noticia del aumento considerable del predial en un municipio metropolitano. La siguiente nota era lo mismo, en otro municipio y con un aumento menor. Esta vez, la nota fue coronada con una crítica feroz a ese presidente municipal por haber propuesto ese aumento. La generalidad del auditorio seguro se quedó, por pereza, con esa crítica, y sin siquiera considerar la noticia anterior. Ambos presidentes municipales hicieron ajustes en los impuestos, ambos de acuerdo con los mecanismos de que dispone cada ayuntamiento, ninguno faltó a la ley pero ambos tomaron una decisión en un momento inapropiado. El balance entre lo oportuno, lo justo y lo necesario podría debatirse, pero el dictamen de la conductora de noticias, una opinión evidentemente sesgada, intentó cambiar la opinión de miles sobre un solo funcionario, y seguramente lo hizo en bastantes casos.

Este fue un caso real, pero mínimo y hasta cierto punto inocuo. La emisión de la información está demasiado contaminada. Incluso la redacción simple de una nota suele desarrollar el dato partiendo de una opinión preestablecida, y generalmente la nota concluye así, ¡con una opinión! Se mezcla el reporte útil con el análisis del dato y se termina con una conclusión. Se invalida el criterio del receptor.

Yo no sé cómo se podrá aplicar el dictamen de la SCJN sobre noticias y opiniones. Hay espacios, dentro y fuera de los noticieros en donde explícitamente se analiza información y se emiten opiniones. Son espacios claros, perfectamente válidos, y plataformas socialmente útiles y hasta indispensables. El problema no es ese. El problema es la difusión del dato duro, el sesgo no sólo en la redacción de la nota, también en la jerarquización de noticias, los tiempos de emisión, los seguimientos y, sobre todo, los comentarios adicionales de los conductores de noticias. No hay que olvidar que en un conductor de noticias, con mucha o poca trayectoria, periodista o no, y así jure que expresa su opinión personal, cada comentario que haga sobre la información que emite es una opinión editorial y es responsabilidad del medio.

La obediencia al dictamen para definir espacios de información y de opinión puede oírse como una medida adecuada, pero los recursos de la comunicación pueden llegar a ser bastante sofisticados. Detrás de esto está la intención del emisor, ¿dato, noticia, intriga, chisme? Tan sólo al seleccionar las palabras que se usen ya acarrea una carga semántica. Imposible enfrentarse a eso con regulaciones. Porque el problema principal no está en los intereses de los medios de comunicación sino en el desinterés de los receptores de la información. Desde las leyes se podrá intentar regular los excesos de los medios, pero es desde su consumidor desde donde se les puede de verdad sancionar.

Sí… pero nos da tanta pereza…

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