Paco Villarreal

LEY TAPABOCAS Y BUENA VIBRA

Paco Villarreal

Me da hasta “ñañaras” decirlo, pero coincido con el doctor De la O respecto al cubrebocas. Ahora sí es muy necesario usarlo, el problema es el “cómo”. La cifra de contagios ya es demasiado alta, y como depende sólo de las pruebas realizadas, es de suponerse que existan muchísimos más contagios no registrados que, o están en vías de agravarse, o la libran sin síntomas o con síntomas tan leves que ni siquiera les causen alarma. ¡Hay muchos más posibles vectores biológicos en circulación! Además, ya no sé si confiar en que una vez superada la enfermedad ya no haya posibilidades de contagio, porque cada día nos salen con nuevas cepas mutantes, y sepa Dios de qué sean capaces… Yo no saludaría de beso en la mejilla al ciudadano Presidente. Ya casi le creo al Secretario de Salud estatal aquello de que el SARS CoV-2 es inteligente, hasta más que los humanos (incluidos yo mismo y el propio Secretario). Yo no jugaría una partida de ajedrez con el brillante virus cuya descerebrada inteligencia parece ser superior al kilo y medio de sesos que cargo encima.

Como ni siquiera con la hecatombe diaria de víctimas se ha logrado convencer a la raza para que entienda y cumpla con las medidas preventivas, el Congreso del Estado hizo una ley que obliga a ponerse en cubrebocas. ¡O entienden, o entienden! En complicidad… perdón, quise decir en coordinación con el Gobierno del Estado, la ley ya fue aprobada y publicada. Aunque ya se ha dado algún caso de la aplicación de esta ley, apenas andan en el trámite de reglamentarla. Es necesario ese reglamento, porque si se aplica la ley como está, tal vez el único lugar en donde podremos no usar el cubrebocas sea el baño de casa. ¿“Besitos” por el día de San Valentín? ¡Núncamente!, ni por Messenger.

La “Ley Tapabocas” inició como un factor más en la confusión sembrada nacional y localmente acerca de la epidemia. En Nuevo León, la regla ha sido culpar a la gente por la falta de control de los contagios. Con su insoportable estilo de fraseo encabalgado, tal vez inspirado en su patrón caballerango, el doctor De la O ha culpado por igual a los ciudadanos y al gobierno federal, y ha exculpado u omitido las fallas estratégicas que ha cometido, y que sigue cometiendo. ¿Era tan difícil identificar la diferencia entre a dónde y cuándo quiere ir la raza, y a dónde y cuándo TIENE QUÉ ir? ¿Es tan difícil entender que el “cómo ir” implica un factor de riesgo, y de muy alto riesgo en el caso del transporte urbano? Nuestro comité epidémico local, tan aficionado a imponer medidas con ejemplos y asesorías extrafronterizos, no se ha fijado que en Londres no se permite un autobús urbano con más del 30% de su capacidad… por ejemplo.

Por fortuna, la nueva Ley Tapabocas nos trae alguna esperanza. El SARS CoV-2 y su pandilla de mutantes batallarán más para infectarnos. Si andamos enmascarados, no nos van a encontrar (La probada técnica del “¿On tá bebé?”). Eso sí, con su inteligencia seguro hallarían áreas de oportunidad. No tardarían en aparecer la Ley Tapamanos y la Ley Tapaojos. A estas seguiría la Ley Tapatodo. Esta sería mucho mejor, porque importar unos cuantos millones de burkas afganos será mucho más sencillo que limosnear ante los rusos por vacunas… Me pregunto cómo un empresario jalisciense (Jesús Ortega… No, no es aquel “Chucho”), él solito, parece tener amarrada ya la importación directa de vacunas rusas y aquí, todo un comité, no da color.

Pero hay una esperanza más, descrita puntualmente por don Manuel en su informe de este jueves: ser felices, no quejarse, rodearse de amigos joviales y positivos. El doctor dijo: “Ya se han hecho estudios científicos donde demuestran que el sistema inmunológico, el sistema de defensas, se activa cuando uno está feliz, cuando uno se rodea de buenas personas, personas que son positivas, que tienen buena actitud, que sonríen, que están felices. La moraleja: escojan a sus amigos, a sus amigas, con buena actitud”.

O sea, pura buena vibra, ¡y científica! Quiero suponer que el SARS CoV-2 debe ser un bicho muy triste y depresivo, tendría problemas con el feliz sistema inmunológico de gente feliz y no infectará tan fácilmente a alguien blindado por la buena vibra de sus cuates buenvibrosos. Si lo dijo en serio, debo decir que me confundió; pero si era una especie de parábola de life-coaching, ¡también me confundió!, para variar. Por si las dudas, hay que empezar a depurar las listas de contactos… Yo no, porque seguramente ya se encargarán de depurarme a mí por quejumbroso, triste y depresivo. Ahora que, si alguien quiere hacerme feliz para salvarme de las enfermedades tristes y depresivas, estoy más que dispuesto, aunque advierto, no será fácil si mamá insiste en ver el informe Covid estatal a la hora de la comida y a todo volumen

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