Paco Villarreal
LOS VIEJOS RÚSTICOS Y EL SPQR NL
Paco Villarreal
Pasada la tormenta de quejas por la página de internet para la inscripción a las vacunas, logré inscribir a mamá y a mí. Decía mi agüelo que “el que come ansias, caga decepciones”, así es que ni me inmuté cuando anunciaron el sitio. Le dije a mamá: “Ahora no. Va a estar hasta el chongo de piojos. Los primeros que saturarán la página serán los medios, para viborear cómo funciona y si funciona; luego los mirones, nomás de oquis; entonces llegarán los cabrones, a ver a qué hebra le jalan para romper el trapo; enseguida los no tan viejos nada más a ver ‘si es chicle y pega”. Le expliqué que era sólo un registro, no la fila de las tortillas. Que el orden lo determina la edad y la geografía, no cuándo te registras.
(Anoto al margen: Detesto aquello de “adultos mayores”, “tercera edad”, “viejitos” y demás eufemismos. La palabra “viejo” no es peyorativa, es descriptiva. La connotación negativa de la vejez no se la dan los viejos sino quienes desprecian a los viejos o temen a la vejez. Los epítetos “compasivos” no sirven para asumir culpas sino para evadirlas.)
Así que nos inscribimos en el registro de donde se determinará cuándo y dónde podremos recibir nuestra vacuna contra el Covid-19 y, de paso, calibrar la cantidad de dosis que se van a necesitar para esta etapa del programa de vacunación. Hasta aquí, todo en orden. Nos queda hacer lo que los viejos sabemos hacer muy bien: esperar.
Francamente, el plan federal de vacunación sigue siendo un misterio cabalístico para mí… Bueno, un misterio muy misterioso, porque a los cabalísticos los desenredo mejor. Entiendo a grandes rasgos y me parece bastante razonable. En los detalles y cifras confieso que me pierdo, y sigo bastante perdido… El plan estatal es todavía más misterioso pero, si es como el de la influenza, no será cómodo para los viejos considerando nuestras limitaciones; y si es como el de las pruebas Covid, será, además, desastroso y muy caro. Comprendo la indignación de las autoridades de Salud locales (y de las otras). El descuento que les hicieron a la cantidad de vacunas prometidas debió caerles como balde de agua helada, ¡y con este frío! Pusieron al gobierno estatal entre la espada y la pared (del Kremlin). Con tres o cuatro decenas de miles de vacunas no se puede iniciar su glorioso y “científico” plan de vacunación universal ahora con el novedoso apoyo de Dios, ya en la nómina de la Secretaría de Salud… En el área metropolitana, claro, en los ranchos sería nada más con puro Dios.
Yo soy metropolitano, regiomontano nato, pero viví mucho tiempo en la zona rural. Sé por experiencia la forma cómo se vive y se muere en esas regiones. Conozco de primera mano del abandono en siempre se ha dejado a los campesinos durante décadas. Ahí aprendí mucho de supervivencia y medicina tradicional. Quejarse para ellos no es opción, tampoco dejarse morir. Libran muchas enfermedades por obra y gracia de Dios (otro Dios, uno rural), sazonando la esperanza con tizanas, oraciones y hasta conjuros. Y algo de eso funcionará para que no se hayan extinguido.
A mí no me molesta que los viejos rurales lleven mano a la hora de ser vacunados. Los viejos tenemos paciencia, pero a los viejos rurales ya les convertimos la paciencia en resignación. Supongo que el despliegue de vacunas para ellos implica también servicios adicionales de Salud que, por supuesto, son responsabilidad de las secretarías de Salud estatal y federal. Los cuidados y observación después de la vacuna son sólo una parte, el rezago lo encontrarán hasta en los programas preventivos que implican nada más información, ya no digamos atención médica. El campo no tiene puertas; las enfermedades transitan a sus anchas.
La insistencia estatal para que las vacunas se apliquen primero en las zonas urbanas, en los municipios más afectados, también tiene su lógica. Implica impedir que quienes se infecten sufran consecuencias fatales. Muy razonable, porque al parecer las vacunas no detienen la epidemia, la hacen menos mortal. La propia OMS asegura que “pueden mitigar la severidad del Covid-19, quizá esto también señale que las posibilidades de contagiar a otros sean menores”. O sea: como blindaje, funcionan mejor el confinamiento, los cubrebocas y la higiene. Lo que me lleva a pensar que, por las actividades propias de supervivencia, es mucho más sencillo para el habitante de la zona urbana, mantenerse en casa (home office), pedir “on line” toneladas de comida, cheve, cubrebocas y geles, y cumplir las normas de higiene básicas… incluso durante los paseos, las reuniones familiares y las imprescindibles carnes asadas, que no han parado ni por el frío y cuantimenos por decreto. Yo no recuerdo, durante los años en que viví en el campo, un solo día en el que no tuviera necesariamente que movilizarme fuera de casa y tratar con otras personas. ¿Tapabocas? Sí, un paliacate para trabajar el rastrojo y el grano, limpiarse el sudor y secarse las manos (el de los mocos era otro). Las mujeres, con riesgos adicionales. Mamá todavía padece secuelas pulmonares por cocinar con leña, y ninguna autoridad de Salud le advirtió contra eso.
Insisto, no me molesta que se cubra primero la vacunación en la zona rural. No creo justo que apostemos a su resistencia y abusemos de su soledad. No veo por qué complacer al citadino que, entre negligente y confundido criminalmente por las grillas, no se ha portado a la altura de la contingencia. A menos, claro, que se trate sólo de buscar pretextos para moverle los foquitos al semáforo y echar a andar la maquinaria económica de empresas y comercios. De pasada quitarle el miedo al elector para que salga a votar. Después de todo, la cantidad de votos rurales no es tan relevante frente a los votos urbanos. La economía rural tampoco importa tanto a los intereses de los poderosos gremios empresariales, entidades epifitas del entorno urbano. ¿Qué no hay maíz? ¡Pues que se importe! ¿Qué no hay campesinos? ¡Pues también… que se importe maíz!
Como en Roma: Senatus et Populosque Romanus. Es decir, el Senado y el Pueblo de Roma, la aristocracia y la plebe citadina de Roma. ¿Y las provincias? ¡Que aguanten!