¿Por qué Víctor Fuentes nos advierte de una crisis migratoria bajo el Cerro de la Silla?

Eloy Garza González 

Cuando un país se descompone, sus habitantes migran a otro. Esa no es ninguna novedad. Es el mismo cuento de siempre. Cuando el hambre apremia, no hay muro que no pueda horadarse, ni río grande o bravo que no pueda cruzarse (a nado, flotando en una llanta o metido en un maletero arriba del puente internacional). 

En las agrestes tierras de Nuevo León recalaron en las últimas décadas un buen segmento de la comunidad cubana. 

Más de la mitad de mis amigos son cubanos y viven en el Área Metropolitana de Monterrey. 

Gente empeñosa, con facilidad de palabra (cuando la suerte te arrebata condiciones materiales, te estimula el don de la palabra) y buenos para la música: interpretan y componen como los ángeles, aunque los ángeles, seres incorpóreos, no necesitan comer tres veces al día. 

Luego llegó una oleada de migrantes venezolanos. Su circunstancia fue diferente. Los cubanos migrantes vienen de menos a más; los venezolanos, en cambio, venían de más a menos (Venezuela era un país rico). Gregarios, temerosos de su deportación, los migrantes venezolanos suelen apoyarse en la zona poniente de Monterrey. 

A las colonias de Cumbres se les conoce ya como Cumbrezuela. Algunos vienen con papeles, otros llegaron a la buena de Dios, y así seguirán. 

Ahora viene una nueva ola a Monterrey (qué más que ola es un tsunami), de hondureños y haitianos. 

Los migrantes de Haití han recorrido más de 16,644 kilómetros desde su país de origen hasta la frontera de México con EUA. ¿Creen que podremos disuadirlos para que se regresen por donde vinieron a su isla caribeña? 

No vienen solos, como una buena parte de los hondureños; vienen cargados de familia: hijos e incluso nietos expulsados por la miseria y la violencia. Falta de pan y exceso de pólvora; falta de sueños, exceso de dolor. 

De 30,000 migrantes de Haití que buscaron cruzar a EUA, sólo cumplieron su meta 13,000. 

¿Y los demás? Se quedarán apoltronados en Tamaulipas, Coahuila y especialmente Nuevo León, en una especie de limbo. 

Basta decir que en las últimas semanas esperamos el éxodo a Monterrey de 8,000 caribeños más. Desde luego sin papeles, por lo tanto, el número de migrantes es indefinido. Carentes de registro, su cantidad real puede doblarse o triplicarse. 

La culpa es del gobierno de Joe Biden: ofreció asilo a los haitianos pero no fijó reglas claras para otorgar dicho asilo. 

Lo demás fue provocado por Twitter y Facebook: a través de esas redes corrió el rumor de que EUA abría sus fronteras de par en par. Vaya fantasía delirante. 

Recuerdo que hace muchos años el ayuntamiento de Monterrey contaba con una oficina de atención a migrantes. Cuando tuvimos esta dependencia municipal, no había migrantes. Ahora que ya no se tiene, hay miles de migrantes. 

Por lo visto no se puede todo. 

A la fecha, solo un par de voces entronas han sobresalido del cauto silencio de las autoridades públicas sobre el espinoso tema. 

El primero, Víctor Fuentes. El senador señala que Nuevo León no cuenta con las condiciones para recibir a tanto migrante. El refugio Casa Indi está rebasado. 

Deduzco de las declaraciones del senador Fuentes que sin recursos federales, lo que pronto tendremos en Nuevo León, será una crisis humanitaria de dimensiones catastróficas. 

Y si no actuamos rápidamente, en unas cuantas semanas, será tarde para evitarlo. 

Atendamos la advertencia de Víctor Fuentes.

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