Las encuestas y las agruras | Por Paco Villarreal

Paco Villarreal

Confieso que no confío demasiado en las encuestas de opinión. Sé que hay encuestadoras serias, con las mejores intenciones de hacer un muestreo confiable y útil. He visto cómo algunas encuestadoras han anticipado eventos con bastante precisión. También he visto, con mucha frecuencia en tiempos electorales, cómo otras han usado sus encuestas, sin rigor metodológico, para promover políticos e intentar inducir el voto. Pero estos son casos de falta de ética, la forma más prístina de la corrupción humana.

Las encuestas de opinión, creo yo, son el hermano muy menor de la Estadística. La Estadística usa datos precisos para evaluar tendencias y llegar a conclusiones con márgenes mínimos de error, incluso previstos en el propio método. Esto es rigor científico. Si las bases de datos usadas no son precisas, las conclusiones son… especulaciones. Y nada hay más impreciso que la opinión individual. Pero peor que eso es que la opinión responde a la más variopinta cantidad de estímulos. Un ejemplo histórico es aquella anécdota sobre el político griego Arístides, apodado “El Justo”. Por alguna razón fue sometido a una “consulta popular” para desterrarlo temporalmente de Atenas. Se cuenta que, sin conocerlo, un campesino analfabeto le pidió que inscribiera su voto a favor del destierro, y Arístides lo hizo. Cuando preguntó al campesino por qué, éste le dijo que porque estaba harto de que le llamaran “El Justo”.

La anécdota es famosa pero falsa, aunque ilustra muy bien cómo se puede generar una opinión. A veces puede estar bien sustentada, pero normalmente se da al azar, con el corazón o con el hígado. Además, no se está tratando con fervientes hinchas futboleros, y un incidente, desde tener agruras hasta la llegada del recibo de la luz, puede hacerles cambiar de opinión en cualquier momento. En el supuesto de que la casa encuestadora sea seria, la conclusión a la que se llegue con esos datos tan movedizos no será tan confiable.
Entro en estas elucubraciones luego de ver el ranking de confianza en las instituciones mexicanas de Mitofsky. Interesante. La confianza es una percepción subjetiva, y más en México donde casi todas las instituciones han traicionado la confianza de los mexicanos, pero por lo menos se intenta tomar el pulso de la hipertensa opinión pública. Este ranking representa una aproximación a la densidad del ánimo social, trata de identificar los puntos institucionales álgidos.

Mitofsky enumera a quienes la gente les tiene “confianza alta”, en orden de mayor a menor: Ejército, Universidades, Guardia Nacional, Iglesia, Redes Sociales, Estaciones de Radio, CNDH, Medios de Comunicación y Presidencia. En el rango mediocre, es decir “confianza media”, inscribe a: Empresarios, SCJN, Cadenas de Televisión, Bancos, INE y Policía. Y en los sotaneros, “confianza baja”, pone a: Senadores, Sindicatos, Diputados y Partidos Políticos (estos últimos en el sótano del sótano). Menos mal que “confianza baja” no llega a desconfianza… se queda 3 milímetros antes.
Es interesante, al revisar el ranking por años, ver que los “sotaneros” están en el sótano desde el 2013, los diputados dos años antes (Y esa es la oferta electoral, ¡siempre! Votamos por ellos, pero no confiamos en ellos). A la policía sólo se le tuvo “confianza media”, a duras penas, en el 2006 y en este 2020. De septiembre del 2015 a octubre del 2018, la presidencia estuvo también en el sótano. Y una curiosidad: la calificación de AMLO dio un salto de dos dígitos por encima de EPN, y se mantiene dos años seguidos, pero en niveles de confianza que Felipe Calderón alcanzó en el 2009 y que no pudo conservar por más de un año.

En este momento acabo de comer un delicioso rollo de canela, la temperatura está agradable, ando en chanclas, desfajado, y sólo me falta pagar un recibo. Bajo estas condiciones de ánimo, mi opinión, la mía, la de mí, no coincide del todo con los bien posicionados de Mitofsky, y alguno que otro “mediocre”. Pero coincido plenamente con la calificación de los “sotaneros”. Celebro el esfuerzo estadístico de la empresa, su rigor y su precisión acerca del perfil de quienes opinan y los márgenes de error, aunque sigo pensando que una opinión encuestada es poco confiable, un estornudo de la conciencia. En la práctica, uno confía de acuerdo con las circunstancias. Por ejemplo, cada tres años y durante unas horas, yo confío plenamente en el INE, porque creo en la democracia y porque no tengo más remedio. Pero después ya no. ¡Y menos en los tribunales electorales!

Pero insisto, eso es lo que opino ahora. No sé qué opinión tenga mañana antes de tomar mi primera taza de café. Y si el almuerzo me da agruras, mejor ni me pregunten.

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