Vuelve la violencia a San Pedro y Nuevo León

Eloy Garza González

A San Pedro Garza García, Nuevo León, le decían el municipio “blindado”. Eso fue en tiempos de Mauricio Fernández, quien administró tres veces el municipio y perdió la cuarta elección por una enfermedad inoportuna.  

En esas administraciones se instalaron cientos de cámaras de video, y se resguardaban el par de salidas viales a los municipios aledaños, que imposibilitaba la fuga de delincuentes; los policías se pertrechaban con tecnología de última generación. Una fortaleza high class, según ostentaban algunos sampetrinos. 

Ahora, tras las últimas elecciones en las que ganó Miguel Treviño holgadamente su segundo periodo como alcalde, el prestigio de este municipio modelo está quedando en entredicho: levantones a plena luz del día, secuestros, asaltos, ataques a ciudadanos. 

Con intervalo de escasos días, se suscitan hechos delictivos en varias avenidas y restaurantes. Sobre avenida Vasconcelos y sobre Calzada del Valle, frente a las propias patrullas, afuera de antros clandestinos. 

Lo decimos con todas sus letras: el gobierno tiene qué hacer algo para no perder el control de la seguridad pública en esta ciudad. Y cuidado con la intromisión de la delincuencia en el C4 y el C5. Ya se habla de esa posibilidad, que sería funesta. 

Estamos a punto de ya no ser ciudadanos protegidos sino sobrevivientes momentáneos de una barbarie que se antoja próxima por el reacomodo de las células criminales que pretenden volver por sus viejos fueros a Nuevo León. Vienen por Tamaulipas, zona de desastre. 

La autoridad pública culpa a los sudamericanos. En realidad, los delincuentes no tienen nacionalidad. Los asesinos no tienen patria, más que el terror. Pero con esto, el gobierno acentúa el racismo social (que es una sinrazón colectiva), el odio al extraño, el desprecio al centroamericano.

No podemos voltear el rostro a lo evidente. Vienen días difíciles en materia de inseguridad. Lo que sucede en la carretera Monterrey-Nuevo Laredo puede campear en nuestras calles en menos que canta el gallo. Y no estamos tomando las prevenciones urgentes. Hace falta una buena estrategia de inteligencia de seguridad.

Ruedas de prensa de la autoridad competente: “Yo no puedo hacer nada, es natural que las bandas sociales se muevan y hagan lo suyo”. La política del me lavo las manos.

El laberinto verbal como explicación de lo que no puede decirse, de quién no sabe qué hacer en el frente de batalla. O porque se es cómplice. 

Opinión de un prestigiado intelectual de la localidad: “delitos a manos de grupos delincuenciales animados por el deseo único de sembrar el dolor colectivo, espantar, aterrorizar a la población”. 

La delincuencia es así: comete uno, dos, tres asesinatos, varios asaltos a mano armada, robos con violencia. ¿Y no pasa nada? ¿No detienen a nadie? ¿No hay culpables? El delincuente se siente con plena libertad, en total impunidad, para seguir delinquiendo. Es la espiral de la violencia sin límites. Cinismo total. 

Esperemos, finalmente, cómo atenderá el conflicto la autoridad municipal de San Pedro y la nueva administración estatal de Samuel García. Acaso sea nuestra última esperanza. Que no lléguenos a la última frontera del sálvese quien pueda.

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